Archivos de Historia del Movimiento Obrero y la Izquierda, nº 18
marzo de 2021 - agosto de 2021.
ISSN: 2313-9749 | ISSN en línea: 2683-9601
Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas

Presentación del dossier


Santiago Roggerone y Hernán M. Díaz

Historia intelectual y marxismo son dos perspectivas teóricas y procedimientos de análisis cuyos vínculos y entrelazamientos –si es que efectivamente puede sostenerse que los mismos existen, por supuesto– resultan en más de un sentido problemáticos. Una de las principales razones de este desencuentro fundamental es que la primera es una división temática de la historiografía que, hacia fines de la década de 1960 y comienzos de la de 1980, emerge en el norte global –con especial epicentro en la academia norteamericana– no sólo como reacción a la Kulturgeschichte y una más antigua historia de ideas sino también como consecuencia de la propia crisis (y crítica) del marxismo. Para los marxistas más presuntamente fieles, por su parte, hacer este tipo de historia siempre ha constituido una suerte de herejía, pues, a su entender, habría sido el mismo Marx quien la tachó de idealista y en consecuencia se opuso a ella. Uno de los pocos seguidores del gigante de Tréveris que osó inscribir (parte de) su trabajo en el área de estudio en cuestión fue Perry Anderson (Campos de batalla, de 1992), quien, a principios de los años 90 del siglo pasado, además de referirse al mismo como “un campo de batalla de enfoques que rivalizan entre sí”, trazó los contornos generales del que quizás fuera el primer programa marxista propiamente dicho de historia intelectual en sentido amplio.

Por entonces, esta tematización abierta y conflictiva de la especialidad proporcionada por el autor de Consideraciones sobre el marxismo occidental campeaba también entre historiadores intelectuales del mainstream académico. Fue así que, en 1993, un estudioso del marxismo y la teoría crítica francfortiana como Martin Jay (Campos de fuerza: entre la historia intelectual y la crítica cultural) podía señalar que la historia intelectual era “un campo de fuerza de diferentes impulsos” en el que confluyen, se arremolinan e incluso hibridan segmentos completos de las humanidades y las ciencias sociales –a saber, la filosofía, la filología, la crítica literaria hermenéutica, la antropología cultural, corrientes historiográficas diversas, varias ramas de la sociología, etcétera–. Un poco más recientemente, Anthony Grafton –integrante del comité editorial del prestigioso Journal of the History of Ideas–, en el artículo “La historia de las ideas: preceptos y prácticas, 1950-2000 y más allá”, publicado en Prismas en 2007, fue incluso más lejos y sugirió que la misma es no tanto “una subdivisión borrosa de la historia” como “una zona sísmica intelectual donde las placas tectónicas disciplinares” convergen y se entrechocan, “produciendo ruidos de todo tipo”.

En lo que respecta al plano local y latinoamericano, Carlos Altamirano (Para un programa de historia intelectual y otros ensayos, de 2005) también ha sugerido que la historia intelectual es algo “que se practica de muchos modos”, teniendo, por lo tanto, más del ingenio del oficio que del adusto seguimiento de protocolos que es propio de la profesión. José Sazbón, en Historia y representación, por su parte, indicó hacia la misma época –fines de los años 90– que la subdisciplina “constituye un vasto territorio aún en expansión”. Preocupado por propiciar un encuentro entre el marxismo y dicho territorio, Sazbón, de hecho, bien podría ser considerado uno de los primeros historiadores intelectuales autóctonos en sentido riguroso. Desde ya que existe una pléyade de (otros) nombres –el de Oscar Terán, por ejemplo–, pues, en el marco de una modernidad periférica como la argentina, pudo haber quienes –sin la necesidad de por ello reclamarse historiadores intelectuales stricto sensu– supieron problematizar la producción, difusión, circulación, consumo, dislocación, recepción y apropiación internacional de las ideas, los bienes simbólicos y los artefactos culturales, llegando incluso a proponer pautas de trabajo historiográficas generales y procedimientos metodológicos específicos. En lo que concierne al marxismo en cuanto tal, la monumental labor de traducción, edición y compilación llevada a cabo por José Aricó y sus colaboradores es, en este sentido, una referencia insoslayable.

Los estudios de recepción, sin embargo, constituyen sólo una de las orientaciones generales que se consolidaron como consecuencia de la transición de la vieja historia de ideas impulsada por Arthur O. Lovejoy o Isaiah Berlin hacia la más amplia, polifónica y compleja historia intelectual contemporánea. A su manera, el subcampo se halla determinado por el material turn promovido por autores como Robert Darnton, Carlo Ginzburg, Roger Chartier y François Dosse, encontrando además un antecedente fundamental en la Rezeptionsästhetik formulada programáticamente por Hans-Robert Jauss y la llamada Escuela de Constanza. En lo que estrictamente tiene que ver con el marxismo y la pregunta por los modos de asimilación y (re)interpretación de autores, corrientes o teorías referenciados en el mismo que se desarrollaron en los países periféricos, América Latina y en lo puntual la Argentina –aquella problemática a la que el crítico literario brasileño Roberto Schwarz se refirió como las ideas fuera de lugar–, Horacio Tarcus y la más amplia actividad del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas son aquí, por supuesto, dignos de mención –Marx en la Argentina: Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos (2007) es, en este sentido, una cita obligada–.

A esta orientación reconstructiva en historia intelectual –la terminología fue propuesta por el libro ya citado de Sazbón–, cabría oponer una segunda de talante eminentemente deconstructivo. Inspirada por el linguistic turn acuñado por Gustav Bergmann y popularizado gracias al filósofo Richard Rorty –el material turn antes mencionado es, en definitiva, una reacción a este otro primer giro–, dicha orientación se caracteriza por volver el análisis sobre sí mismo y atender no tanto a las ideas como a sus condiciones de posibilidad, fundamentos, premisas o supuestos en última instancia contingentes –esto es, las operaciones por medio de las cuales los discursos se articulan y cobran sentido–. Son por lo menos tres las tradiciones convergentes que dan basamento a esta new intellectual history enfrentada con la ahistoricidad, los anacronismos, los apriorismos y/o las tautologías: la Escuela de Cambridge animada por J.G.A. Pocock, John Dunn y Quentin Skinner, la Begriffsgeschichte de Reinhart Koselleck y el (pos)estructuralismo foucaultiano y derridiano. Elías J. Palti, actual director del Centro de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes y autor del libro Verdades y saberes del marxismo: Reacciones de una tradición política ante su “crisis” (2005), es uno de los mayores exponentes regionales de esta perspectiva historiográfica.

El presente dossier aspira tanto a difundir investigaciones efectuadas ya sea en el marco de estas orientaciones generales o en el de alguna otra como a problematizar los más vastos y complicados vínculos existentes entre historia intelectual y marxismo. En su contribución, Omar Acha profundiza en lo que hasta aquí ha sido nada más que esbozado, indagando la eventualidad de un enfoque marxista histórico-intelectual. Seguidamente, Marcelo Starcenbaum y Jaime Ortega Reyna presentan dos estudios de recepción en los que, por un lado, se arroja luz sobre la trayectoria de Alain Badiou en la Argentina y la experiencia de la revista Acontecimiento, y, por otro, se contribuye a mapear las lecturas de El capital que han tenido lugar en América Latina. En clave algo más ensayística, Eduardo Grüner presenta algunas hipótesis sobre lo que él mismo denomina sartreanos argentinos, y Ariel Petruccelli traza una cartografía de la cultura marxista conformada en el país austral durante las últimas cuatro décadas. El dossier culmina con una entrevista en la que, con motivo de los quince años de la publicación del ya mencionado Verdades y saberes del marxismo, Elías J. Palti se explaya sobre su propia concepción historiográfica.