Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, nº 23
noviembre 2023 - febrero 2024
ISSN 2313-9749
Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas

Antonio Caparrós y Ernesto Guevara: las relaciones entre la psicología crítica y el conflicto interno del comunismo


Miguel Huertas-Maestro

Instituto de Historia, Centro de Ciencias Humanas y Sociales,
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, España
miguel.huertas@csic.es
ORCID: 0000-0002-8513-2293

Resumen: Por petición de Ernesto Guevara, en 1965 el psicólogo hispano-argentino Antonio Caparrós publicó “Los incentivos morales y materiales en el trabajo”, trabajo que apareció en la revista cubana Nuestra Industria y en la argentina La Rosa Blindada. En 1976, el artículo sería reeditado por Clínica y Análisis Grupal, una revista española de psicología crítica. Nuestro trabajo analiza cómo el artículo de Caparrós se relaciona con el escrito de Guevara “El socialismo y el hombre en Cuba” y explica, años más tarde y en otro contexto, su influencia en algunas áreas de la psicología crítica española durante el tardofranquismo y la Transición.

Palabras clave: psicología crítica – Ernesto Guevara – socialismo – Transición española

Abstract: At the request of Ernesto Guevara, psychologist Antonio Caparrós wrote in 1965 “Los incentivos morales y materiales en el trabajo”, published both in the cuban journal Nuestra industria and in Argentinian La Rosa Blindada. In 1976, the paper was re-published by Clínica y Análisis Grupal, a Spanish journal of critical psychology. This study analyses how Caparrós’ work was related to Guevara’s “El socialismo y el hombre en Cuba” and reflects on the impact of this line of thought in certain areas of Spanish critical psychology during late-francoism and democratic Transition.

Keywords: Critical Psychology – Ernesto Guevara – Socialism – Spanish Democratic Transition

Recepción: 15 de mayo de 2023. Aceptación: 17 de julio de 2023

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Introducción

Hasta los años 60 del siglo XX, el psicoanálisis en España circuló de forma limitada. Si bien algunos de sus conceptos, debidamente adaptados, encontraron su lugar en ciertos ámbitos de la sociedad franquista como la criminología (Lévy, 2019), los círculos psicoanalíticos existentes en Madrid y Barcelona (Carles et al., 2000) ejercían su disciplina de forma discreta y sin confrontar con los usos psiquiátricos oficiales (Druet, 2017). Sin embargo, a partir de 1960 y fuera de los ámbitos de la oficialidad psicoanalítica, sectores sociales movilizados en contra del régimen franquista comenzaron a mostrar un interés creciente en un psicoanálisis susceptible de ser empleado como herramienta de crítica social tal y como muestran las publicaciones relacionadas tanto en ámbitos clínicos como en revistas culturales de izquierda (Druet, 2012a). Ciertos grupos de psicoanalistas del Cono Sur, fundamentalmente argentinos, que llegaron a España durante los 70, muchos de ellos exiliados y proyectando una imagen de compromiso político, tuvieron un papel destacable en una mayor circulación de las ideas psicoanalíticas que se plasmó en diferentes actividades, publicaciones, asociaciones y grupos de estudio (Druet, 2012b).

La circulación de las ideas freudianas ha sido abordada en el ámbito latinoamericano por Ruperthuz (2017) para el caso de Chile y Plotkin (2003) para el argentino. Sus propuestas historiográficas han venido a renovar la manera de entender la historia del psicoanálisis, considerándolo como un producto cultural influido y modulado por el contexto histórico, social y político que se considere con independencia de la mayor o menor fidelidad de sus desarrollos a la ortodoxia marcada por las instituciones psicoanalíticas oficiales. En este sentido, la influencia de estos autores en la historiografía reciente, tanto en ámbitos latinoamericanos como europeos, es innegable (Lévy, 2019). Para el caso español, la historiografía que ha estudiado la importancia de los psicoanalistas argentinos en esta última etapa de la dictadura que suele llamarse “tardofranquismo” (1960-1975) y la Transición (1975-1978) se han ocupado de la recepción del pensamiento lacaniano (Druet, 2012b; Averbach y Teszkiewicz, 2001; Bilbao y Huertas, 2019). Un caso menos estudiado es el de la influencia del psicoanálisis militante argentino para una corriente crítica de la psicología española, de clara inspiración marxista, cuyos intereses, influencias y propuestas pueden analizarse a través de la revista Clínica y Análisis Grupal, y cuya trayectoria posterior está ligada al desarrollo de la perspectiva relacional del psicoanálisis en territorio español (Huertas-Maestro, 2021).

En el marco de una investigación más amplia sobre las sinergias entre marxismo y psicoanálisis en España y en el estudio de los contenidos de la citada revista Clínica y Análisis Grupal, se localizó la reedición de un artículo del psiquiatra hispano-argentino Antonio Caparrós (1977) titulado “Los incentivos morales y materiales en el trabajo”, que aborda críticamente las posibles consecuencias en la mentalidad individual y colectiva de las medidas de activación económica que se dieron en los países del campo socialista a partir de los años 60, y que redactó desde parámetros ideológicos afines a la Revolución Cubana.

Antonio Caparrós García-Moreno (1927-1986), de origen madrileño e hijo de un médico represaliado por el régimen franquista, se estableció en Argentina con su familia a sus dieciocho años. Allí, estudió medicina en la Universidad de Buenos Aires, donde coincidió con Ernesto Guevara (Anguita y Caparrós, 1997). Caparrós se especializó como psiquiatra, participando en el equipo que organizó el Servicio de Psicopatología y Neurología del Policlínico Aráoz Alfaro en Lanús en 1956. Dos años más tarde, junto a psiquiatras del Partido Comunista de Argentina (PCA), fundó la Clínica Bulnes. A partir de los 60 comenzó a impartir docencia en el programa de psicología de la Universidad de Buenos Aires, donde obtendría la cátedra en 1964. Como militante del PCA se distanció de las posiciones oficiales ligadas al conductismo y la reflexología, y a mediados de los 60 fundó el Instituto de Psicología Concreta, muy influido por la crítica al psicoanálisis realizada por el filósofo húngaro-francés Georges Politzer durante los años 20, y con la intención de adaptar su pensamiento al contexto argentino. A pesar de que Politzer criticó el mecanicismo biologicista y el espiritualismo de la obra freudiana, también valoraba su obra como revolucionaria, y el propio Caparrós consideraba a Freud el primer “psicólogo concreto” (Ávila-Espada, 1987). Merece la pena mencionar que la obra de Politzer fue también muy influyente en el pensamiento de José Bleger, psicoanalista y comunista argentino que trató de interpretar el psicoanálisis como una disciplina concreta interpretable desde la cosmovisión marxista (Bleger, 1958; 1972). En abril del 76, Caparrós se exilió a España tras la instauración de la dictadura militar en Argentina. Aunque distanciado del grupo Plataforma Internacional –con el que rompió por razones políticas con la oficialidad psicoanalítica (Vezetti, 2011; 2016)– debido a su visión de crear una “psicología nacional” en clave anticolonial y alejada de internacionales científicas, vivió de cerca la crisis política del psicoanálisis argentino y, siendo él mismo una figura que combinaba ciencia y compromiso político, viajó a Cuba para realizar trabajo militante en 1959 como “gestor del programa de educación de la Revolución” (García de la Hoz, 1987, p. 42), donde estableció también amistad con Ernesto Guevara (Ávila-Espada, 1987). Como figura que representaba la fusión de la disciplinas psi con el compromiso político, y a través de su primo Nicolás Caparrós, con el que realizó aportes sobre la “psicología de la liberación” (Caparrós y Caparrós, 1976; Klappenbach, 2021), supuso una influencia fundamental para una corriente crítica de la psicología dinámica española durante los años 70 junto a otros nombres de importancia como el de Marie Langer, José Bleger o Enrique Pichón Rivière (Muñoz y Klappenbach, 2023).

Es de destacar que el artículo de Caparrós “Los incentivos morales y materiales en el trabajo” se publicó originariamente en Nuestra Industria en 1965, editada por el Ministerio de Industrias y por indicación personal de Ernesto Guevara, titular de dicho ministerio entre 1961 y 1965 (Rodrigues Ramalho, 2020). Antes de partir hacia el Congo, Guevara dejó el encargo de que el mencionado artículo de Caparrós, junto al suyo “El socialismo y el hombre en Cuba”,1 fueran publicados en el nº 15 de la revista cubana (Taibo II, 1996, p. 525; Kohan, 1999, p. 47). Ambos trabajos se publicaron, también en 1965, en la revista argentina La Rosa Blindada.

El interés que el propio Ernesto Guevara tuvo en asociar su artículo con el de Caparrós, así como el hecho de que otras publicaciones se interesaran, asimismo, por que ambos autores coincidieran en sus páginas, nos anima a estudiar y contextualizar estos dos textos buscando la existencia de unas coordenadas ideológicas comunes. Asimismo, la reedición del trabajo de Caparrós en España años más tarde nos permitirá mostrar cómo además del uso del marxismo como herramienta crítica y de análisis, el estado del movimiento comunista internacional y sus polémicas eran considerados temas de importancia para un sector concreto de la psicología crítica que consideraba, además, la posibilidad de hacer uso de su disciplina para realizar aportes valiosos de cambio social.

Con estos objetivos, en las páginas que siguen se abordará en primer lugar las características del soporte material en el que los artículos de Ernesto Guevara y Antonio Caparrós fueron publicados fuera de Cuba: La Rosa Blindada, y se analizarán los contenidos de “El socialismo y el hombre en Cuba”; en segundo lugar se profundizará en el discurso psicológico y político de los “Los incentivos morales y materiales en el trabajo” y, finalmente, se valorará lo que este último trabajo representó en la construcción de una psicología crítica años después y en un contexto diferente, como el de la España del final de la dictadura franquista y la Transición.

De rosas y hombres nuevos

La Rosa Blindada fue una revista cultural y política que desarrolló una línea diferente a la de los partidos comunistas tradicionalmente prosoviéticos como el Partido Comunista de Argentina y se presentó como un espacio relativamente autónomo de las estructuras organizativas (Katchadjian, 2007; Carsen, 2008). En un contexto internacional marcado por el rechazo de Kruschev a la época staliniana y los cambios sociopolíticos a consecuencia del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1956, por la Revolución Cubana y la guerra en Vietnam, por la ruptura sino-soviética, y a punto de despuntar la Revolución Cultural proletaria en China, La Rosa Blindada pretendió generar una reflexión crítica en torno al marxismo y el socialismo realmente existente desde las diferentes corrientes comunistas. El contexto argentino de la época, además, estuvo marcado por la pérdida de hegemonía del PCA y su tensión con una militancia comunista que dejaba de ver en él la estructuración del marxismo revolucionario, así como por debates más amplios que giraban alrededor del peronismo, la organización y la lucha armada (Prado Acosta, 2013). Por otro lado, merece la pena señalar que el uso del concepto de “nueva izquierda” para categorizar a los fenómenos políticos diferenciados del PCA ha sido problematizado por trabajos como el de Mangiantini, Pis Diez y Friedemann (2021).

Cuenta con nueve números publicados desde octubre del 64 hasta septiembre del 66, con tiradas de miles de ejemplares, y un grupo promotor de militantes comunistas críticos que acabarían, muchos de ellos, fuera de las estructuras partidarias (Mangieri, 1999). Su nombre proviene del libro homónimo de Raúl González Tuñón (1936), que reúne los poemas que escribió en homenaje a la insurrección de Asturias de 1934, en el marco de la huelga general política durante la Segunda República española (Alle, 2019). González Tuñón, poeta y periodista argentino, había sido corresponsal del diario Crítica durante la Guerra Civil Española, época en la que conoció a poetas como Miguel Hernández, Federico García Lorca o Pablo Neruda, con quien compartió vivienda en Chile y con quien fundó el capítulo local de Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, una asociación surgida del II Congreso de Escritores celebrado en Valencia en julio del 37 (Ministerio de Cultura Argentina, 2021). González Tuñón representa la figura del intelectual comprometido y sería considerado el padre intelectual de la revista La Rosa Blindada. También figuraría como director de honor de la misma durante sus primeros números, antes de que su consejo editorial decidiese eliminar esta mención para evitar a González Tuñón más problemas con la dirección del partido, que ya había amenazado con su expulsión (Mangieri, 1999).

Podría decirse que La Rosa Blindada fue una revista guevarista y gramsciana. La influencia de Antonio Gramsci en la izquierda latinoamericana de la década de 1960 ha sido destacada por diversos autores (Aricó, 1988), una izquierda heterodoxa que, partiendo del marxismo, pretendía abarcar otras corrientes de pensamiento como el existencialismo, la fenomenología, el estructuralismo o el psicoanálisis (Aricó, 1988, p. 65). Las posiciones de Guevara respecto de la lucha armada y la estrategia del foco tuvieron también una influencia, si bien no exclusiva, en la génesis de la línea militar de la izquierda en Argentina (Cano, 2011).

La Rosa Blindada prestó especial interés al ámbito cultural y artístico, siempre con una orientación ideológica que se deja entrever en algunos títulos. Artículos dedicados a la dialéctica gramsciana (Bobbio, 1964), a la función social del escritor (González Tuñón, 1965), a la estrategia revolucionaria en América Latina (Debray, 1966) o a la “izquierda sin sujeto” (Rozitchner, 1966), entre otros, son una buena muestra de la línea editorial de la revista. En todo caso, como ya quedó apuntado, la contribución que nos interesa analizar aquí es “El socialismo y el hombre en Cuba”, de Ernesto Che Guevara (1965). Un ensayo breve y muy conocido en el que su autor reflexiona sobre la construcción del socialismo y los desafíos que se presentan a la hora de tratar de alejar una sociedad, material e ideológicamente, del capitalismo. Para ello, es esencial una motivación que vaya más allá de las ganancias materiales simples, ya que emplear estas como fuente motivacional, al igual que hacen las sociedades burguesas, llevaría a la enajenación de las masas. La necesidad de asumir el trabajo voluntario como pilar social pasa por un esfuerzo educativo y el fomento de prácticas alejadas del egoísmo individual. Sin embargo, para Guevara, el socialismo no es incompatible con la idea de individualidad, sino que, muy al contrario, se nutre de ella. Por supuesto, de un tipo concreto de individuos, es decir, cuadros de vanguardia:

Fue la primera época heroica en la cual se disputaba por lograr un cargo de mayor responsabilidad, de mayor peligro, sin otra satisfacción que el cumplimiento del deber. En la actitud de nuestros combatientes se vislumbraba al hombre del futuro. (Guevara, 1999, p. 140)2

Para él, el conjunto de individuos de la vanguardia opera, mediante la lucha guerrillera, como generadores de conciencia revolucionaria, una suerte de agente catalizador, que crea las condiciones de la victoria. En ese sentido, para Guevara, las masas no aparecen nítidamente como agente político en Cuba hasta enero de 1959, momento en que las tropas revolucionarias toman la capital y otras ciudades importantes del país. Pero, en el momento en el que escribe el artículo, individuo y masas existen en una unidad dialéctica, contrarios interrelacionados. Además, “a su vez, la masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes” (Guevara, 1999, p. 142).

En la etapa revolucionaria, el individuo, como la sociedad en su conjunto, está en proceso de transformación:

Las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas. El proceso es doble: por un lado, actúa la sociedad con su educación directa e indirecta; por otro, el individuo se somete a un proceso consciente de autoeducación. (Guevara, 1999, pp. 142-143).

Este doble proceso es esencial en una etapa de transición en la que aún opera una buena parte de los fundamentos socioeconómicos del capitalismo:

El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que lo liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de su vida, va modelando su camino y su destino. Las leyes del capitalismo, invisibles para el común de las gentes y ciegas, actúan sobre el individuo sin que éste se percate. (Guevara, 1999, p. 142).

Este conflicto entre lo viejo y lo nuevo no se hace notar solo en la conciencia personal –donde aún funcionan los restos de la educación burguesa–, sino que la persistencia de la mercancía como célula elemental del capitalismo tiene un efecto en la organización de la sociedad y, por tanto, también en la conciencia de las personas:

Resta un gran tramo a recorrer en la construcción de la base económica, y la tentación de seguir los caminos trillados del interés material, como palanca impulsora de un desarrollo acelerado, es muy grande. (Guevara, 1999, p. 143).

Guevara es claro en su tesis: el empleo de mecanismos basados en el interés material individual como palanca productiva puede llevar a un callejón sin salida, ya que “la base económica ha hecho un trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia” (Guevara, 1999, p. 144). Para el buen desarrollo del proceso socialista, en sí una etapa de transición entre el capitalismo y el comunismo, el trabajo “debe adquirir una condición nueva; la mercancía hombre cesa de existir y se instala un sistema que otorga una cuota por el cumplimiento del deber social. Los medios de producción pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera donde se cumple el deber” (Guevara, 1999, p.147). La unión entre el desarrollo de la técnica productiva y el trabajo voluntario como deber social daría condiciones de mayor libertad, añadiendo además que la persona “alcanza su plena condición humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía” (Guevara, 1999, p. 147).

Esta crítica contra las medidas de productividad implementadas por la URSS comparte, en esencia, las mismas coordenadas, como más adelante veremos, que la reflexión de Caparrós. La idea de que el socialismo no podía existir si la economía no estaba ligada a la consideración social y política, implicaba un proceso de movilización y concienciación. Como se explica en una reciente edición anotada de este texto, educación y producción aparecen en el pensamiento de Guevara como elementos concatenados que exigen estrategias para la construcción de “hombre nuevo”, de “movilización del pueblo, atrayendo a la vez el espíritu colectivo e individual. Entre los más significativos de estos instrumentos estaban los incentivos morales y materiales, mientras se profundizaba la concientización como un camino hacia el desarrollo socialista” (Guevara, 2011, p. 28). El papel desempeñado por los estímulos materiales y los incentivos morales ha sido también destacado por otros autores (Elgueta, 1997).

Pues bien, son esos incentivos morales y materiales los que Caparrós retoma y desarrolla en su aportación. Néstor Kohan (1999, p. 46) indica que “Lo más importante de su argumentación reside en que Caparrós desnudaba que el debate entre los partidarios del cálculo económico (estímulos materiales y socialismo con mercado) y los del sistema presupuestario de financiamiento (planificación socialista y estímulos morales) no era puramente económico, sino también político y filosófico”.

La nueva sociedad bajo la platina de la psicología

Para Antonio Caparrós, desde una perspectiva psicológica –categoría aquí subordinada a las leyes socioeconómicas–, la tarea revolucionaria del ser humano es lograr reapropiarse de su conciencia, hasta ahora explotada por las condiciones capitalistas de existencia. La apuesta de Caparrós de “dejar surgir lo reprimido” significaría, en este contexto, la posibilidad de hacer emerger el efecto de estructuras sociales ocultas por la apariencia cotidiana, y en este sentido situaría las coordenadas de su trabajo original.

“Los incentivos morales y materiales en el trabajo” comienza con una cita de Los manuscritos económicos y filosóficos de Marx, terminados de redactar en 1844 y que no serían publicados hasta 1932, que revelan las coordenadas ideológicas desde las que escribe Caparrós:

El comunismo, abolición de la propiedad privada (que es en ella misma alienación humana de sí) y en consecuencia apropiación real de la esencia humana por el hombre y para el hombre.3

El uso de ciertos incentivos materiales como forma de mejorar el rendimiento productivo requiere que cada empresa entre, dentro de ciertos límites, en competición con las demás. Así, la que logra imponer mejor sus productos obtendrá mayores beneficios, los cuales se distribuirán según determinadas proporciones entre los integrantes de la misma. Si el éxito no acompaña a la actividad de la empresa, los ingresos de los trabajadores se verán disminuidos correlativamente. Señala que en Yugoslavia se admiten incluso los despidos si la empresa no proporciona buenos resultados económicos.

A esto es a lo que Caparrós llama “incentivo material para el trabajador”, por el que se espera un cambio radical en su aporte personal al cumplimiento de los planes, aumentando su propio rendimiento y también de la atención a que los demás hagan acertadamente su trabajo. Además de poner en duda que este mecanismo sea de utilidad para los objetivos propuestos, también le preocupa que el debate se dé solo dentro de la esfera de la economía.

El planteamiento de la cuestión es problemático ya que, en esencia, la moral no es diferente de lo material: “Si la conducta está guiada por incentivos materiales, también expresa una moral del hombre que la desarrolla” (Caparrós, 1977, p. 98).4 La moral puede ser la del provecho personal disociado de los intereses de la comunidad, típica de la alienación capitalista, pero también la de la persona cuyos intereses y objetivos personales son consustanciales a la comunidad. Esta diferenciación no es dicotómica, sino de grado: representan dos extremos entre los cuales se sitúan personas que presentan rasgos de ambos tipos de moral. En la visión de Caparrós, según la cual los países socialistas ya se habrían librado de la existencia de las clases sociales, “cuando consideramos los caracteres más acusados para un pueblo que se ha liberado de la estructura clasista, veremos que necesariamente ha de haber un paso progresivo, a través de etapas, de una forma de moral a otra, según avanza la construcción del nuevo régimen. Si no ocurriera esta constante superación de los principios morales de sus individuos, la nueva sociedad se estaría estancando en su avance hacia el comunismo” (Caparrós, 1977, p. 98). La superación paulatina de estas formas intermedias indicaría el avance sólido hacia el comunismo.

Para el autor, estas formas intermedias son esenciales, ya que sería ilusorio pretender que el conjunto de las personas de una sociedad adhiera plena y repentinamente a los principios morales comunistas. Y eso no solo porque en las primeras etapas socialistas aún persisten mecanismos económicos capitalistas, sino porque la transición hacia la conciencia comunista ha de darse en la experiencia cotidiana. En esos momentos intermedios, lo fundamental es si el proceso avanza realmente hacia la formación de una mentalidad comunista.

Habiendo establecido esto, propone analizar la cuestión del uso de incentivos materiales según tres ejes. El primero, si ofrecen la posibilidad de fomentar la moral comunista. En segundo lugar, las razones por las que se postulan y la validez de las mismas. Por último, si su análisis debe realizarse únicamente desde el punto de vista de la técnica de planificación económica o desde las motivaciones como principios rectores de la conducta del individuo. Si bien el análisis de clase está ausente de estos ejes, lo cual podría ser llamativo tratándose de un intelectual marxista, es importante notar que el propósito de Caparrós es el de ofrecer una lectura de la polémica desde la psicología.

La conclusión parece clara: el hecho de emplear estos métodos de incentivación “transforma al individuo en un mercenario de la construcción capitalista” (Caparrós, 1977, p. 99), debido a que se vulnera el principio socialista de la distribución, dado que esta ya no se realiza en función del trabajo aportado a la sociedad, sino en función del éxito obtenido en el mercado:

Actuando de acuerdo al principio de distribución socialista, no ha de alterarse el hecho de que la motivación de la conducta laboral sea la realización que la misma implica para el individuo y para el desarrollo del país. (Caparrós, 1977, p. 99).

La búsqueda del beneficio individual, de la aceptación del consumidor de una mercancía que compite con las demás ofertadas, sustituye a la noción de intención consciente de realizar una nueva sociedad.

Si bien es utópico pretender, como ya se había señalado, que los individuos de un país generen súbitamente una conciencia nueva, Caparrós nos recuerda que, si existe el socialismo en un país, es solo gracias a la acción revolucionaria de las masas. Es decir, existe un terreno fértil donde pueda germinar, a gran escala, la nueva conciencia. Sin embargo, el uso de incentivos individuales revierte la lógica del proceso, estancando o revirtiendo el proceso socialista de estas fases intermedias al congelar la práctica revolucionaria en “un individualismo y egocentrismo que lo debe marchitar” (Caparrós, 1977, p. 100).

Entonces, ¿por qué se propone su uso? Para Caparrós, la implementación de estos incentivos evidencia la desconfianza en la capacidad del ser humano de regirse por nuevos ideales, una confesión de impotencia respecto al proceso revolucionario, o bien, que no se considera oportuno avanzar en dicho proceso. Al contrario, sería solo mediante la adhesión a las tesis fundamentales del marxismo que la nueva sociedad podrá alcanzar el desarrollo esperado.

También se muestra crítico con la lógica de la carrera del bienestar entre el mundo capitalista y el socialista. Si bien se muestra de acuerdo en la necesidad de un buen desarrollo económico, cuestiona la supuesta necesidad de los Estados socialistas de convencer a los indecisos de las bondades del comunismo mediante un cómodo nivel de vida. Para él, esto no es un buen motivo para sumar partidarios al combate por una sociedad sin clases. Lo que movilizaría a los seres humanos para ello solo puede ser la perspectiva de una sociedad libre, en todos los sentidos, de la esclavitud económica:

el hombre que surja en ella no se encuentre dominado por los móviles del beneficio egocéntrico sino que sea el que trascienda concretamente empapándose de una mística no puesta en fantasmagóricas figuras celestiales, sino en la pasión por una sociedad mejor, por un reencuentro del individuo con lo humano. (Caparrós, 1977, p. 102)

Así, dice, no se trata de convencer a los proletarios con argumentos primordialmente economicistas que podrían ser comparables con los planteamientos del sindicalismo, en una tesis similar a la que se expone en la conocida obra de Lenin ¿Qué hacer? (1981 [1902]), un texto fundamental para el movimiento comunista mundial en la que el revolucionario ruso confronta con otras corrientes marxistas de la época. Recuerda, además, que los triunfos revolucionarios soviéticos se dieron, precisamente, cuando primaban los impulsos morales y no materiales. Y, precisamente por eso, considera de la mayor gravedad que “en una estructura social que se ha realizado para abolir la alienación del hombre, se sienten las premisas para que la misma subsista” (Caparró, 1977, p. 103). Así vemos que, al igual que para Guevara, estos peligrosos cambios para la base económica son un trabajo de zapa para el buen desarrollo de la nueva sociedad; y, coincidiendo también con el revolucionario argentino, el papel del factor subjetivo es esencial: “Todo puede quedar inconcluso si paralelamente no acaece la adquisición de la conciencia socialista en los miembros de la comunidad” (Caparrós, 1977, p. 104).

En relación a esto, sería esencial entender que la acción humana tiene siempre un doble significado, uno objetivo –la función social de la actividad humana independientemente de la intención de quien la realiza– y otro subjetivo –la finalidad que el individuo pretende lograr mediante su práctica–.

En un país socialista, las relaciones de trabajo adquieren el significado objetivo de una acción mancomunada, pero pueden ser experimentadas por algunos trabajadores como la forma de extraer el máximo provecho personal sin tener en cuenta las acciones de los otros, salvo si estas afectan a sus propios intereses. Esto último sería una consecuencia probable de la implantación de los incentivos materiales como desarrollo de la actividad laboral.

Este énfasis en el factor subjetivo no significa para Caparrós relegar la importancia básica de la economía, ya que se trataría de analizar la influencia de determinadas condiciones creadas por el trabajo en unas condiciones concretas de planificación económica. Además, este tipo de perspectiva pone de manifiesto la relación entre la base económica y los individuos.

En las sociedades de clases, las personas son “eslabones ciegos del verdadero significado de su acción, la que se inserta en una dinámica económica que se presenta para ellos como una estructura omnipotente, extraña y hostil a la cual no tienen más remedio que amoldarse” (Caparrós, 1977, p. 105). En cambio, en una sociedad socialista, si bien las personas no pueden cambiar a capricho sus condiciones de vida ni modificar las leyes vigentes de los fenómenos económicos, pueden conocer su dinámica interna y adaptar dichos fenómenos, de forma consciente, a sus propios fines. La dinámica económica es, en esencia, una relación entre seres humanos y, por ello, la subjetividad, la consciencia y las motivaciones no puede sustraerse de la misma. Es decir,

el proceso económico no es una necesidad externa a los hombres, donde estos serían los convidados de piedra de la misma, sino que el desarrollo se produce como necesidad interna del sistema, siendo la acción del hombre un momento fundamental. (Caparrós, 1977, p. 105)

El problema parte de la búsqueda de las condiciones que permitan que el hombre se sienta más motivado para desarrollar trabajos con una mayor calidad, con más iniciativa e interés; además, se espera que los incentivos materiales sean el móvil fundamental de esa actitud. Lo que a Caparrós le resulta alarmante es que dichos objetivos se planteen disociados de los que se enuncian para la sociedad en su conjunto. En una dura crítica, plantea que esta disociación entre “objetivos genéricos” (comunes) y personales “no puede por menos que recordar aquellas formas de la moral burguesa donde todo se presenta como exterioridad de elevados principios que no rigen la conducta de cada individuo” (Caparrós, 1977, p. 105).

El debate, entonces, debe exceder la esfera meramente económica y abarcar no solo la mentalidad del ser humano, sino qué concepción de ser humano se maneja. De otro modo, y considerando también el divorcio entre los supuestos intereses sociales y qué tipo de intereses individuales se fomentan, el resultado previsible es el de reducir los principios a un mero fetiche en contradicción con la actividad real, y sobre el que solo importa guardar las apariencias. Por el contrario, reflexionar acerca de qué concepción de ser humano se tiene y abordar el problema desde la subjetividad es lo único que permitiría “encuadrar en una sólida corriente ideológica la dinámica económica y la intención de los hombres” (Caparrós, 1977, p. 106). También se guarda las espaldas contra las críticas: para él, hacer énfasis en la mentalidad no pasa por planteamientos intimistas que se refieren a individuos aislados, sino por abordar la faceta psicosocial del problema. Como argumento de autoridad, cita al Marx de las Tesis sobre Feuerbach: “La esencia humana no es una abstracción inherente al individuo aislado. En su realidad es el conjunto de sus relaciones sociales”.5

El planteamiento opuesto, es decir, reducir la concepción del ser humano a un problema económico aislado, podría pasar por marxista; sin embargo, a la manera de una fina capa de pintura, sería solo una apariencia, ya que obedecería a un planteamiento economicista ya criticado por los grandes revolucionarios del movimiento:

No sé si éste es el ideal de los tecnócratas cientifistas de la economía, pero no es el de los pueblos. […] la experiencia histórica ha demostrado que solo el marxismo remozado y enriquecido con cada experiencia histórica, pero no desarticulado ni diluido, ha sido la única ideología y el único fundamento de cualquier técnica que a la larga se haya demostrado como realmente pragmática, por ser la única concepción que permite cambiar la sociedad en una dirección conscientemente teorizada y realizada. (Caparrós, 1977, p. 107)

Acudiendo al esquema clásico de base-superestructura, es explícito al denunciar el peligro que supone, para un país socialista, emplear mecanismos de economía competitiva junto al fomento de la búsqueda del beneficio particular por parte del trabajador. Esto, por supuesto, no supone una dirección social progresiva hacia el comunismo, sino todo lo contrario:

Como consecuencia lógica, el Estado, lejos de extinguirse progresivamente, deberá mantener su estructura […] Y así, no es de extrañar que el principio de distribución socialista en sí mismo, y al que hemos aludido páginas atrás, perdiese su carácter, fuera transformándose, sí, en la búsqueda de la recompensa material, de tal modo que la actual formulación de los incentivos económicos no es sino la lógica e inevitable prolongación de aquellos incentivos morales tal y como fueron desnaturalizados. (Caparrós, 1977, p. 113)

También se ocupa de prevenir en contra de incentivos que solo serían morales en su superficie, pero que realmente son materiales en su esencia:

El camarada reconocido como ejemplar tenía derecho, en efecto, a una consideración especial, que era moral en la superficie, y que se cimentaba materialmente. El cumplimiento llevaba a obtener puestos destacados. […] Lo moral era, pues, la forma alienada, el fetiche que incluía la ganancia de una posición material. (Caparrós, 1977, p. 113)

La solución, sin embargo, es “preciso encontrarla no en la supresión de los incentivos materiales y del centralismo, sino en la vuelta al verdadero centralismo y a los verdaderos incentivos morales” (ibídem).

Las consecuencias de una y otra cosa con claras. “Así, un individuo que solo se preocupe por la concreción física de su trabajo y escotomice todo lo demás, solamente pensará y se interesará por cuestiones relacionadas por aquel” (Caparrós, 1977, p. 114). No basta con que le informen de cómo funcionan las cosas, lo cual es necesario pero insuficiente, y menos aún implemente cumplir órdenes, pues “antes o después o se embrutecerá o quedará cada vez más frío e indiferente a esas órdenes a las que responderá con un cumplimiento formal y rutinario” (ibídem). Por el contrario, “ha de vivenciar en primer término lo que ello significa para la construcción del nuevo sistema” (ibídem).

Es decir:

Ha de poder tener una real y efectiva participación (variable según los casos) en los planes generales (políticos, económicos, culturales, etc.), que afecten a todo el país y en los particulares que sean la expresión localizada de los anteriores en el medio en el que actúen; posiblemente ahí resida uno de los grandes problemas de las incipientes estructuras socialistas, porque preciso es reconocer que cuando el dirigente ve las soluciones y las formas de lograrlas sin encontrar eco en las masas, es fácil que se impaciente y prescinda de la formación de éstas, para empezar a imponerle “lo que más convenga” y ello puede parecer más justificado cuando tal vez se hacen diversos intentos de dar oportunidad de coparticipación y no encuentra el resultado buscado. (Caparrós, 1977, p. 116)

Vemos, pues, cómo la aportación de Caparrós se sitúa en una línea guevarista que complementa, tal parece ser la primera intención del Che, su texto “El socialismo y el hombre en Cuba”. Aun así, tampoco conviene olvidar que las posiciones de Caparrós no son solo las de una corriente de opinión de la izquierda crítica ni una polémica circunscrita al continente latinoamericano, sino que pertenecen al debate interno del movimiento comunista global de la época.

Una muestra de cómo este trabajo de Caparrós no debe entenderse solo en clave cubana o latinoamericana es la influencia que ejerció, como ya se ha indicado, en la constitución de una corriente de psicología crítica, de clara inspiración marxista, una década más tarde, en la España de la transición de la dictadura a la democracia.

Otro escenario: psicología y marxismo en la Transición española

En 1977, un año después de la clausura de la Revolución Cultural y más de una década después de la publicación original del artículo de Caparrós, el equipo de Clínica y Análisis Grupal lo sigue considerando como un aporte relevante desde la psicología crítica a una polémica de gran relevancia.

Esta revista, fundada por parte del Grupo Quipú de Psicoterapia en 1976, estuvo dirigida en su primera etapa por Alejandro Ávila, tomando después las riendas Nicolás Caparrós en los 80. Su consejo editorial acoge nombres de relevancia del proceso de politización del psicoanálisis argentino, como los de Armando Bauleo y Hernán Kesselman. Además de pronunciarse críticamente sobre el campo de la salud mental española de la década de 1970, es una revista que aúna la apuesta por una visión psicodinámica y grupal de la psicología con un claro compromiso ideológico marxista. En el editorial del primer número de la revista, publicado en 1976, declaran que su ángulo de trabajo “comporta una ideología de cambio que no ve el hecho psiquiátrico o el hecho psicológico en la platina de un microscopio, sino en el contexto social” (Grupo Quipú, 1976a, p. 4); considerar ciertas concepciones científicas como inevitables o inmutables es ideológico, a lo que oponen una actitud que representa todo aquello que es funcional al cambio, al aprendizaje permanente, a la crítica continua, […] una ideología definida en las coordenadas del Materialismo Histórico” (Grupo Quipú, 1976a, p. 5).

Su primer número acoge trabajos de analistas clave para la politización del psicoanálisis argentino algunos, como hemos mencionado, también integrantes del consejo editorial–, como Kesselman, Bauleo, Pavlovsky, Bleger o Marie Langer, además de autores importantes para la perspectiva social de la salud mental como Joseph Berke. También aborda conceptos importantes para la perspectiva social y cultural del psicoanálisis de Bion y Pichon Rivière. Además, reserva un espacio de “bibliografias necesarias” para el tema “materialismo dialéctico y psicología”; en este apartado, además de recoger a las figuras ya mencionadas del movimiento psicoanalítico argentino, recomienda también obras de Antonio y Nicolás Caparrós y de Castilla del Pino, de los freudomarxistas Fromm, Reich y Fenichel, las obras de Politzer con relación al psicoanálisis y la psicología, recoge la antipsiquiatría y psiquiatría crítica de Berke y Basaglia, así como filósofos marxistas como Althusser y Henri Lefebvre, además de nombres clave del marxismo revolucionario como Friedrich Engels y Mao Tse Tung (Grupo Quipú, 1976b). Es en esta línea editorial en la que hay que entender la reedición del texto de Caparrós.

Caparrós redactó un prólogo expresamente para la edición española, en el que reflexiona sobre las resonancias de su trabajo original. Según su diagnóstico social, existe una falsa dicotomía entre actuación profesional y actuación social, entre problemas sociales y problemas políticos, y entre trabajo y ocio. Estas escisiones llevarían en primer lugar a desvincular al ser humano de su matriz social y, en segundo lugar, a la compartimentación de sus actividades. Sin embargo, de la mano de la economía política y la moral socialista, es posible un “cambio de conciencia del ser humano singular, en el sentido de un mayor conocimiento sobre sus condiciones de existencia, modos de actuación y proyectos, que sustituiría al falso concepto actual de individuo que resulta ser el hombre aislado y enfrentado” (Caparrós, 1977, p. 95).

Merece la pena considerar el contexto de la publicación de 1977. En este año se celebraron en España las primeras elecciones democráticas tras cuarenta años de dictadura, con una amplia movilización de las fuerzas políticas de izquierdas recientemente legalizadas. El Partido Comunista de España (PCE) fue legalizado, precisamente, el 9 de abril de 1977. En un clima de cambio social y político, el PCE se adhirió a las tesis eurocomunistas (Carrillo, 1977; Claudín, 1977) y abogó por una política de reconciliación nacional que dio lugar a tensiones y debates profundos en el seno del partido, y a escisiones tanto prosoviéticas como maoístas (Vera, 2009). Otros partidos, bien de inspiración trotskista, como la Liga Comunista Revolucionaria, fundada en 1971 (Caussa y Martínez i Muntada, 2014), o incluso albanesa como el PCE(m-l) (Terrés, 2007), conformaron un mosaico de organizaciones políticas enormemente fragmentado.

Resulta interesante, en este escenario, el talante marcadamente ecléctico y no partidario del grupo de profesionales que se sitúan en torno a Clínica y Análisis Grupal, sus preocupaciones teóricas y la voluntad de desarrollar una psicología con compromiso social y político. La lucha antifranquista y la movilización social llegó también al sector de la salud mental, con cuestionamientos y alternativas a la medicina mental y a la psicología clínica (Huertas, 2017) y con propuestas y experiencias de mejora de la asistencia psiquiátrica desde una perspectiva crítica, comunitaria, y en pos de una mayor horizontalidad tanto hacia los pacientes como entre los propios profesionales, lo que tomaría forma de huelgas, encierros y actos de solidaridad contestados con duras medidas administrativas y policiales, como dan cuenta los procesos de lugares como el Hospital Psiquiátrico de Asturias, las Clínicas de Ibiza 43 en Madrid, el Hospital Psiquiátrico de Salt o el Sanatorio Psiquiátrico de Conxo durante las llamadas luchas psiquiátricas del tardofranquismo (Sáez Buenaventura, 1978; González de Chávez, 1980; Irisarri, 2017; Huertas, 2019).

No es pues extraño que Antonio Caparrós se convirtiera en uno de los referentes intelectuales del grupo de psicólogos críticos españoles al que nos estamos refiriendo. Su texto sobre los incentivos morales y materiales permitía seguir reflexionando, una década más tarde, sobre una forma de entender el socialismo en un momento de interés en España por la obra de Gramsci, al menos en determinados círculos de intelectuales marxistas (Pala, 2012), mientras Guevara se iba convirtiendo en un ícono de la cultura pop en todo el mundo. Pero también en un momento de no pocos proyectos revolucionarios que se atravesaban, se confundían y que han requerido acotaciones y reflexiones historiográficas de calado (Pérez Serrano, 2019).

La publicación del viejo artículo de Caparrós responde, sin duda, a los intereses políticos del colectivo de psicólogos de Clínica y Análisis Grupal, pero también a su poderosa influencia en el ámbito más profesional de la psicología y el psicoanálisis. Con motivo de su fallecimiento, la revista española dedicó un dosier a su vida y su obra. Uno de los artículos, precisamente, analiza la influencia del filósofo y militante marxista Georges Politzer en su obra, donde también se cita a Frantz Fanon, Wallon y Vygotski como poderosas influencias para el desarrollo de su pensamiento (Ávila-Espada, 1987). La llamada “Psicología Concreta” de Politzer, y su ejemplo de compromiso, fueron capitales para Antonio Caparrós, quien fundó en Argentina el Instituto de Psicología Concreta, así como una breve publicación, Cuadernos de Psicología Concreta, iniciativas que tenían como propósito adaptar las tesis de Politzer a su contexto sociohistórico. Este nuevo desarrollo de la psicología concreta tendría como áreas de atención fundamentales la crítica entre la teoría y la práctica clínica realmente existente, el rechazo a adoptar acríticamente teorías y modelos psicológicos desarrollados en las condiciones particulares de los países desarrollados, y la importancia de diferenciar entre los descubrimientos científicos y su uso ideológico (Huertas-Maestro, 2021).

Conclusiones

Como hemos podido ver, las disciplinas psi no fueron ajenas al contexto social y político de mediados de los 70. La difusión y circulación del psicoanálisis estuvo influenciada por el clima de movilizaciones sociales del tardofranquismo y la Transición en España, y una corriente crítica de la psicología de la época, articulada en torno al Grupo Quipú y la revista Clínica y Análisis Grupal, recoge estas aportaciones técnicas, teóricas e ideológicas. La decisión de volver a publicar en 1977 el artículo de Caparrós García-Moreno sobre los incentivos morales y materiales del trabajo da cuenta de la importancia concedida a un debate propio del movimiento comunista internacional que no solo es relevante por cómo podría afectar al futuro de los países del “socialismo real” sino, también, a las posiciones teóricas de los comunistas en países con democracias burguesas. Pero también, y de manera particular, por la contribución que al mismo pueden realizar las disciplinas psi. El aporte que Caparrós hizo desde la psicología dinámica, y que contaba ya con casi una década, era parte de una línea de opinión crítica con el marxismo soviético que tenía como uno de sus exponentes más conocidos a Ernesto Guevara, como queda patente al considerar los espacios de las primeras publicaciones del trabajo de Caparrós en los 60, el apoyo explícito del gobierno cubano y la forma en que “Los incentivos morales y materiales en el trabajo” (1965) armoniza con “El socialismo y el hombre en Cuba” de Guevara (1965).

Por otro lado, la crítica a las medidas capitalistas de mejora de productividad adoptadas por el Estado soviético no fue exclusiva del marxismo latinoamericano. Más allá de los señalamientos y advertencias que ya hemos visto, en otro de los grandes países socialistas, la República Popular China, este conflicto adoptó una dimensión superior, resultando en un choque de posiciones que afectaría de diferentes formas al país durante una década en lo que se llamaría la Revolución Cultural Proletaria (Línea de Reconstitución, 2016; Bettelheim, Rossanda y Karol 1978). En la España de los años 70, la gran variedad de sensibilidades de izquierda, enfoques teóricos y de estrategias para la praxis revolucionaria, con presencia de prosoviéticos, maoístas, trostkistas, eurocomunistas, guevaristas, gramscianos, etc., generaban debates intensos más allá del peso político real de sus organizaciones. La reedición del artículo de Caparrós en este contexto indica que el conflicto producido en el seno del movimiento comunista en los años 60 no estaba, ni mucho menos, resuelto una década más tarde y que en contextos determinados, como el español, suponía un elemento crucial del debate entre las diversas familias comunistas. El hecho de que fuera publicado en una revista profesional, leída mayoritariamente por psicólogos y psicoanalistas con un claro compromiso político de izquierdas, demuestra la importancia que desde la psicología crítica y el psicoanálisis relacional se otorgó, en su momento, al papel de lo subjetivo y lo individual en la construcción de alternativas de cambio social.

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1. Este texto de Ernesto Guevara había sido escrito originariamente en forma de carta del Che a Carlos Quijano, editor del semanario uruguayo Marcha, donde apareció el 12 de marzo de 1965.

2. Se ha utilizado la edición de este ensayo aparecida en la recopilación de Néstor Kohan en La Rosa Blindada. Una pasión de los ’60, publicada en 1999.

3. La cita corresponde al capítulo “Propiedad privada y comunismo” del Tercer Manuscrito. La edición consultada ha sido la realizada por Juan Fajardo para la sección en español de Marxist Internet Archive (MIA): “El comunismo como superación positiva de la propiedad privada en cuanto autoextrañamiento del hombre, y por ello como apropiación real de la esencia humana por y para el hombre” https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/manuscritos/man3.htm#3-2 (consultado en 9 de septiembre de 2022).

4. Se ha utilizado la versión de este trabajo publicada en Clínica y Análisis Grupal en 1977.

5. “Feuerbach diluye la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”. Marxist Internet Archive (MIA) – Sección en español. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/45-feuer.htm#topp (consultado el 9 de septiembre de 2022)