Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, nº 26
septiembre 2024 - febrero 2025
ISSN 2313-9749
Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas

Félix Weil, historiador del tiempo presente


José César Villarruel

Centro de Estudios Económicos de la Empresa y el Desarrollo -
Facultad de Ciencias Económicas. Universidad de Buenos Aires.
Buenos Aires, Argentina.
argent.jose@gmail.com
ORCID: 0000-0001-6014-985X

Resumen: Este artículo analiza cómo, entre 1919 y 1955, Félix Weil atravesó tres etapas en su pensamiento y en su acción política. Su formación revolucionaria se inició junto a los soldados y obreros en Frankfurt. Tras sus textos iniciales sobre la socialización, se inclinó por la historia inmediata y los problemas de los precios en una economía natural sin mercado. En 1930 se volcó hacia la formulación de sistemas tributarios igualitarios según el ingreso y a las teorías de las economías dirigidas. Desde 1940 y 1950 se involucró en los debates del período de formación del peronismo que se inscribieron en una polémica aún más amplia en torno de la democracia, el autoritarismo y el totalitarismo.

Palabras claves: Félix Weil - fascismo - industrialización - peronismo

Abstract: This article examines how, between 1919 and 1955, Félix Weil underwent three distinct phases in his intellectual development and political engagement. His revolutionary training began with the soldiers and workers in Frankfurt. After his initial texts on socialization, he was drawn to the immediate history and problems of prices in a natural economy without a market. In 1930, it turned to the formulation of income-based tax systems and the theories of directed economies. From 1940 and 1950 he was involved in the debates of the period of formation of Peronism which were part of an even wider controversy around democracy, authoritarianism and totalitarianism.

Keywords: Félix Weil - Fascism - Industrialization - Peronism

Recepción: 26 de marzo de 2025. Aceptación: 15 de abril de 2025

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La flota de guerra alemana fondeada en el puerto de Kiel rechazó el 29 octubre de 1918 la orden de combatir a la escuadra inglesa. Muy pronto, el 4 de noviembre se formó el primer consejo de marineros que precipitó las acciones de masas de obreros y soldados que se extendieron por las ciudades costeras y, desde allí, hacia el interior de Alemania provocando la abdicación del káiser el 9 de noviembre. Días antes controlaron Frankfurt, donde residía Félix Weil, quien, tras participar en la administración encargada de la distribución de materiales destinados al frente de guerra, se incorporó como oficial de las patrullas formadas por trabajadores y soldados que luchaban por la paz y el gobierno de los consejos. Durante esos días fundacionales, tras la lectura del Programa de Erfurt de 1891, Weil se habría identificado con las ideas de la socialdemocracia alemana (Eisenbach, 1994-1995, 15, pp. III-XII).1 Ese texto, redactado por Karl Kautsky y Eduard Bernstein, abandonaba la estrategia revolucionaria, proponía la representación parlamentaria y un sistema electoral de igualdad femenina y masculina. Esa orientación reformista fue rechazada por Friedrich Engels en su Contribución a la crítica del programa socialdemócrata de 1891, que recién sería publicado en la revista Neue Zeit en 1901.2

Hoy en día, persiste el interrogante de la relación de Félix Weil con la principal corriente clandestina e insurreccional de los Delegados Obreros Revolucionarios y la posible influencia que ellos ejercieron en su formación. Si bien sus biógrafos dedicaron investigaciones exhaustivas: Mario Rapoport (2014) y Hans-Peter Gruber (2022), o desde un enfoque antropológico Jeannette Erazo Heufelder (2017), ninguno de ellos registra el movimiento de los Revolutionäre Obleute, ni quiénes fueron sus dirigentes ni tampoco sus análisis de coyuntura o sus obras de historia, excepto la probable participación de Karl Korsch en la formación de un consejo de soldados en Meiningen, una versión difundida por su esposa Hedda Korsch (1973, pp. 113-129), que ha sido puesta en duda pues Korsch ya era miembro de la Comisión de Socialización de Berlín (Gruber, 2022, p. 153).3 Esos obreros-escritores encararon proyectos de historia reciente como Emil Barth, el dirigente más radical del Consejo de los Diputados del Pueblo que en 1919 publicó Desde el taller de la revolución alemana,4 o Richard Müller, futuro presidente del Consejo Ejecutivo del Consejos de Obreros y Soldados, autor en 1923 de una vasta historia de la revolución.5

Esa omisión se contradice con la primera publicación de Félix Weil, “Esencia y vías de la socialización” (1919, pp. 7-12),6 en la revista teórica más importante de ese movimiento, Consejo Obrero. Órgano de los Consejos de Trabajadores de Alemania, fundada por el consejero Ernst Däumig en enero de 1919,7 donde también participó el tornero Richard Müller, elegido presidente del Consejo Ejecutivo de los Consejos de Trabajadores y Soldados del Gran Berlín. Aquel editor de Weil, antiguo redactor del periódico socialdemócrata Vorwärts, desde el verano de 1918 era Delegado Revolucionario del Gran Berlín y participó en el Primer Congreso de los Consejos de Obreros y Soldados de diciembre de 1918. Se destacó como organizador de la frágil red de comunicación de los trabajadores industriales durante la transición desde los sindicatos originales que perdían sus antiguas funciones políticas y evolucionaban hacia un gobierno de los consejos (Morgan, 1982, p. 315).

En cambio, se ha subrayado la incidencia que ejerció sobre Félix Weil una de las fundadoras en 1914 del Grupo Internacional devenido Grupo Espartaco en 1916 y Liga Espartaco en noviembre de 1918, Clara Zetkin. Junto a ella se incluye a Paul Frölich (Wiggershaus, 2010, p. 24), el fundador en Hamburgo del periódico de esa Liga, La bandera roja. Weil conoció a Zetkin en una conferencia el 8 de agosto de 1919 organizada por el ala comunista radical de izquierdas de la Asociación Libre de Estudiantes Socialistas (Gruber, 2022, p. 118). Su ascendiente como defensora de la igualdad y del derecho al voto de la mujer hundía sus raíces en los orígenes de la historia de la vieja guardia de la Segunda Internacional de 1889, atravesada por las discrepancias de las posiciones socialistas nacionales y el internacionalismo proletario. No se ha logrado establecer cuándo Weil inició su correspondencia con Korsch, a quien habría contactado tras conocer a Zetkin (Gruber, 2022, p. 521, n. 85). Korsch no solo compartió las ideas y los matices del debate sobre la socialización de la época, sino que, además, transmitió a Weil la concepción del “socialismo práctico” o de la actividad humana consciente, que Marx traducía como la unidad del conocimiento, su crítica y su transformación.

Las concepciones políticas y los tipos de acción de los dos movimientos que orientaron el curso de la revolución de noviembre de 1918 diferían entre sí tanto por sus estrategias como por su origen social: el taller y el partido, la red clandestina y el espacio público. Los consejos de obreros revolucionarios antiparlamentarios al margen de los sindicatos rechazaban la cooperación social o las estructuras legislativas y defendían un “sistema puro de consejos”, encargado de una futura economía planificada democrática (Hoffrogge y Raventós, 2023). En cambio, la Liga Espartaco valoraba el trabajo teórico y la propaganda ideológica en fábricas y calles (Hoffrogge, 2015, p. 36). En uno de sus últimos artículos Rosa Luxemburg, “¿Qué quiere la Liga Espartaco?”, exigía la sustitución de los órganos políticos y las autoridades del régimen anterior por representantes de los consejos de trabajadores y soldados. Con excepción de Braunschweig y Düsseldorf, los Espartaquistas eran fuertes, pero no predominantes (Morgan, 1975, p. 56); tampoco formaban una fracción organizada en el interior del Partido Social Demócrata Independiente (USPD) en condiciones de construir una tendencia consistente.

A lo largo de la década de 1920, las preocupaciones de Weil se orientaron hacia las cuestiones teóricas y prácticas de la socialización8 y de la cuestión del valor en las economías naturales sin formación de precios de mercado. Escribió su ensayo sobre la “contabilidad socialista gremial” como una respuesta a la “contabilidad socialista” de Karl Polanyi (Weil, 1924, pp. 196-228). El análisis del libro de León Trotsky Capitalismo o socialismo, de 1926, y los estudios eruditos de 1928 sobre los manuscritos inéditos de Rosa Luxemburg en torno de la Revolución Rusa forman parte de un mismo orden de problemas ubicados en el pasado inmediato. Ese interés creciente por el tiempo presente del Weil historiador se manifestó en 1923 con sus indagaciones sobre el movimiento obrero argentino,9 una obra que, junto con su libro de 1944, demuestran una inquietud por la Argentina que persistirá y se acentuará en la entreguerras e inmediata posguerra. Ese núcleo central de sus preocupaciones nunca fue un enigma para Weil, tanto que rechazó esa idea desde el mismo Prefacio de El enigma argentino, advirtiendo al lector que el enigma, esa atractiva figura literaria, reina en la superficie de los acontecimientos de una Argentina en la que nada es enigmático si se observa por debajo de su apariencia.

El Old Deal y el New Deal en Argentina: el ciclo de la crisis orgánica

Ese interés por las formas históricas se agudizará en la década de 1930 y 1940 cuando, ya radicado en Estados Unidos, defina los problemas de la Argentina en la coyuntura de la guerra y de la posguerra.

En 1933, durante una extensa estadía en Argentina, Weil publicó cuatro artículos en la revista del Colegio Libre de Estudios Superiores, Cursos y Conferencias, que condensaban un extenso estudio sobre el impuesto a los réditos, desarrollados en ocasión de su participación en el diseño de la política tributaria del gabinete de Federico Pinedo. Las colaboraciones en esa revista entre 1935 y 1936 se ocuparon de la economía dirigida que, a menudo, era un sinónimo de “economía controlada”, mientras que en 1938 Weil dedicaba un ensayo bibliográfico a la “industria alemana de defensa” y en 1941 analizaba la formación de los monopolios en Estados Unidos, ambos en Zeitschrift für Sozialforschung. En 1940 publicaba en Cursos y Conferencias su estudio de la “economía de guerra alemana” anterior a 1939.

El análisis del New Deal del presidente Roosevelt (Weil, 1936, pp. 404-410) inspiró el capítulo “El intento de un «New Deal»” de El enigma argentino, donde Weil renovó su recorrido desde la crisis y la depresión mundial de la Argentina, hasta la fallida planificación para sortear los problemas estructurales originados por la Segunda Guerra Mundial. En 1933 el ministro de Hacienda Federico Pinedo intentó sortear las restricciones externas y amortiguar el desequilibrio de los pagos internacionales. El Plan de Acción Económica Nacional se propuso remontar el Old Deal, denominación que Weil utilizaba para referirse al laissez faire vigente desde la formación del Estado nacional y la inserción de la economía pampeana en la división internacional del trabajo. Un período en el que los gobiernos de Argentina sostuvieron la teoría de las ventajas comparativas, hasta que la profundidad de la depresión mundial y las nuevas concepciones económicas reorientaron la comprensión de los problemas del comercio internacional que escapaban a las doctrinas vigentes. Esos problemas del sector externo irrumpían una vez más tras la coyuntura de la Primera Guerra Mundial, que contrajo la demanda de la producción agropecuaria, disminuyendo las exportaciones y los ingresos externos. Si bien el obstáculo no era novedoso respecto al modelo de crecimiento vigente, ahora, en los primeros años de la década de 1930, era necesaria “una política deliberada de interferencia gubernamental en la economía y la sociedad en una escala muy amplia” (Weil, 2010, p. 240).

Tras la Gran Guerra, el crecimiento de la economía argentina se desaceleró por múltiples causas, entre ellas las institucionales. Algunas de las iniciativas del plan de 1933 eran precursoras de un New Deal, aunque el conjunto carecía de la profundidad necesaria para remover los antiguos obstáculos y sostener un cambio de rumbo favorable a la diversificación productiva que hasta ese entonces se manifestaba en una sustitución de importaciones espontánea y en la oferta de las filiales extranjeras radicadas durante las décadas de 1920 y 1930.

En cambio, el plan presentado en el Senado por el ministro de Hacienda en noviembre de 1940 contenía definiciones categóricas para favorecer el crecimiento hacia adentro y evitar la discriminación a la industria local. Para Weil, no había dudas sobre la oportunidad de esa intervención: “El plan en su totalidad hubiera funcionado” y “habría sido un paso decisivo hacia una nueva era económica –si bien no «planificada»– «influenciada por el Estado»”, que, en palabras del autor (Weil, 2010, pp. 249-250), hubiera dado un crecimiento “tremendo” a la industria y la vivienda.

El ministro reconocía las demandas de los empresarios, que reclamaron en vano en el siglo XX. La industria nacional no perjudicaba las exportaciones, no competía con ellas en la conquista de los mercados: “Es un hecho reconocido que, desde antes de la pasada depresión mundial, la exportación argentina –medida en volumen físico– ha permanecido en un nivel prácticamente estacionario”. Ya habían desparecido las oportunidades para que la Argentina se dedicara “a la exportación de productos agrícolas, importando a su vez bienes manufacturados, o a desarrollar intensamente su industria, sacrificando las posibilidades de exportación”. Problemas graves exigían una solución inmediata para prevenir complicaciones futuras. El país debía ayudar a la industria en forma decidida, “tanto como sea posible”, para producir todo lo que no puede ser importado o comprado y evitar el problema del desempleo (Weil, 2010, p. 250).

Estas ideas se complementaban con las funciones de las inversiones externas. Por primera vez, Weil subrayaba que era visible el deseo gubernamental de liberar al país del capital externo. Esas radicaciones, destacaba Pinedo, no estaban disponibles para las genuinas empresas nacionales, no favorecían sino que trababan la transferencia de tecnología y fluían hacia el grupo de intereses extranjeros: “Esta es la razón por la que los industriales argentinos están en una posición evidentemente inferior” (Weil, 2010, p. 251). A pesar del entusiasmo de la Unión Industrial Argentina, el plan fue criticado por el diario La Prensa, un vocero del conservadurismo y el tradicionalismo ideológico, la Sociedad Rural, los sectores rurales que integraban CARBAP y la Cámara de Comercio que aglutinaba a los importadores. Si bien en el Congreso la oposición dudaba de la gravedad de la coyuntura económica y prefería una solución de corto plazo, el plan fue rechazado en la Cámara de Diputados por los intereses de las facciones de radicales, socialistas y demócratas progresistas, que temían favorecer al gobierno con una sanción favorable.

Con la derrota de ese New Deal autóctono, desapareció un ensayo que asociaba el histórico perfil de las exportaciones agrarias con una producción industrial especializada en materias primas nacionales orientada a los mercados externos que se lograría financiando tanto a la industria como a la construcción. En suma, se intentaba conciliar la industrialización con una economía abierta al mismo tiempo que se fomentaban las relaciones comerciales con los países vecinos y los Estados Unidos.

El presidente Ortiz denunció durante su licencia por enfermedad que “es necesario que todos los organismos políticos que actúan con tanto egoísmo en defensa de sus intereses inmediatos se avengan a restaurar las normas que, como imperativo, siente el país al condenar toda manifestación de fraude o de violencia intencionada” (1941, pp. 40, 77). En esta etapa, al cabo de más de una década, la burguesía no lograba reconstruir su hegemonía y acudía a la coerción sin “afirmar una reedición del modo oligárquico de ejercer la dominación” (Ansaldi, 1995, p. 66).

En marzo de 1943 se agravaron los problemas de legitimidad del régimen político y creció la capacidad arbitral del ejército. El Grupo de Oficiales Unidos (GOU) decidió impedir la candidatura de Patrón Costas, un industrial azucarero del ingenio San Martín del Tabacal, integrante de la oligarquía salteña y por extensión de la clase dirigente conservadora nacional. Su perfil industrial lo alejaba de los rasgos de la “aristocracia terrateniente” pampeana vinculada con la producción de bienes agrícolo-ganaderos de exportación “que estaba comenzando a sospechar del “heredero forzoso de Castillo” (Weil, 2010, p. 74). En 1943, las conspiraciones se superponían o se sucedían (Potash, 1971, pp. 274-275).

A contramano de esas percepciones, los oficiales permanecían replegados en sus cuarteles alejados de la vida cotidiana de la sociedad civil. Un informe del Foreing Office relataba que el nuncio papal monseñor Giuseppe Fietta había asegurado al embajador inglés sir David Kelly que los militares no estaban conectados con los partidos políticos ni con la sociedad civil, ya sea con la clase gobernante de estancieros ni con los medios universitarios y legales. Una cuestión que “constituía un tremendo hándicap para ellos”. Carecían de relaciones por fuera de su círculo (Rapoport, 2014, p. 379). Un testimonio que arroja serias dudas sobre las conclusiones de Weil mucho más apegado a un énfasis de la coerción que del consenso en la comprensión de los regímenes políticos.

El análisis de Weil matizaba para esa etapa el modelo de la oposición clásica entre el sector terrateniente y los industriales. A la resistencia de unos y otros se añadían las discontinuidades en el interior de cada una de esas fracciones de clase (Murmis y Portantiero, 2004, p. 56). Para los estancieros el crecimiento manufacturero ya era inevitable, aunque podría ser vigilado si se imponía una solución no electoral. Argentina ya no se encontraba en una encrucijada, sino en camino de transformarse en una nación industrial. La dictadura era la única forma en que esa “aristocracia” podría prolongar su posición dominante, controlar la industrialización y sacar lo mejor de una “mala” situación (Weil, 2010, p. 76). Una conclusión que reducía a las fuerzas armadas a simples agentes de los intereses sectoriales del capitalismo pampeano cancelando las mediaciones con el poder político en la resolución de los conflictos y soslayando los márgenes de autonomía de la corporación militar.

Con el ascenso al gobierno de Pedro P. Ramírez surge un “cierto cambio respecto al pensamiento de la política exterior de los estancieros”, quienes no intentaron descartar la neutralidad, aunque se detectaba una cierta inclinación hacia la colaboración con Occidente (Weil, 2010, p. 51). Las fuerzas armadas ocuparon el primer plano político tras de-
saparecer el terreno de diálogo impulsado por el presidente Roberto M. Ortiz, quien falleció en junio de 1942. Otros dos ex presidentes desaparecieron, Marcelo T. de Alvear en marzo de 1942 y Agustín P. Justo en enero de 1943, desnudando la quiebra de los liderazgos provocada por la lógica del régimen conservador, convertida en un obstáculo para la renovación de la clase dirigente. Se esfumaron así los antiguos acuerdos de largo plazo. En la inmediata antesala de la desaparición del régimen conservador, un gobierno huérfano de soluciones extinguió un orden político que ya había desaparecido a pesar de sostenerse en el poder. Desde 1932 se reproducía gracias al fraude sistemático, mientras los acuerdos en las alturas del régimen se habían agotado y ya no era posible ninguna maniobra desesperada (Halperín Donghi, 2004, p. 268).

Hasta entonces no se percibía “con claridad si los militares que nutrieron el alzamiento de junio fueron meros gestores de las maquinaciones de la oligarquía, o bien despiadados explotadores de una situación creada con el propósito de alcanzar fines propios” (Peterson, 1985, II, p.160). El recurso a una historia conjetural le permitía a Weil explicar cómo los estancieros, gracias a la intervención de las fuerzas armadas, lograban sortear la disyuntiva entre un candidato proindustrial y un opositor que favoreciera las demandas de la clase obrera. Una interpretación que continuaría sosteniendo más tarde para explicar las negociaciones de la gran burguesía agraria con los golpistas, que no impidieron las deslealtades y la capacidad del ejército para burlar esos propósitos y reorientarlos en beneficio propio.

Un fascismo sui generis

Tras el golpe de Estado de junio de 1943, cobraron actualidad las ideas del nuevo presidente general Pedro P. Ramírez quien, durante la revolución que desplazó a Hipólito Yrigoyen en 1930, sostenía que “es fundamental cambiar el sistema” y “suprimir tanto como sea posible, el profesionalismo político” (Weil, 2010, p. 77). Ramírez privilegiaba las cuestiones doctrinarias y su defensa de la solución corporativa contrastaba con las vacilaciones del generalato de la época que no avanzaba en dirección de la transformación institucional sino que, por el contrario, se demoraba en una reforma que respetaba los límites republicanos acentuando los rasgos liberales de la Constitución por sobre los autoritarios (Devoto, 2005, pp. 277-278).

La sublevación de junio de 1943 renovó las interpretaciones sobre el origen de las dictaduras en Latinoamérica. The Nation, un prestigioso semanario liberal fundado en Nueva York en 1865, publicó un dossier coordinado por el ex diputado socialista español en el exilio Julio Álvarez del Vayo, “Argentina entierra la democracia”, con una nota del periodista y ensayista John W. White, “Plan para una utopía fascista”, cuyas conclusiones se incorporaron a El enigma argentino (Weil, 2010, p. 77). El corresponsal reproducía un panfleto que describía un “mínimo programa de acción” de un autodenominado Partido Nacionalista al que pertenecería el general Ramírez, un grupo de los tantos en que se había atomizado el nacionalismo reaccionario sin lograr unificarse y remontar las divisiones que lo aquejaban.

El libelo contemplaba la disolución de los tres poderes del Estado democrático, su reemplazo por una organización corporativa, la abolición de los partidos políticos, la persecución enérgica de judíos y comunistas, una nueva dinámica entre la escuela y el ejército con un entrenamiento militar desde los grados primarios, el fomento de milicias de voluntarios para la formación de la conciencia nacional y la ampliación de las funciones de las fuerzas armadas para operar en los establecimientos industriales. Ese nuevo Estado corporativo se sostendría en siete consejos gremiales, similares a los veintidós fundados por Mussolini. El comercio, las comunicaciones, la agricultura, la ganadería, el comercio y la industria, la banca y los seguros, las artes y profesiones formarían cada uno su gremio cuyos representantes integrarían un Consejo Nacional de Corporaciones unicameral que sustituiría al Congreso y permitiría al nuevo Estado dirigir la economía de la Argentina.

La hipótesis de una alianza política de la fracción de los estancieros invernadores de ganado y la cúpula militar en la génesis del golpe de junio de 1943 ya había sido esbozada tiempo antes que Weil. Al mes siguiente de la sublevación, el mismo White (1943, pp. 43-44) señalaba que, si bien el discurso de los nacionalistas interpelaba a una clase media dominada por el descontento, su programa encarnaba las aspiraciones habituales “de los ricos barones de ganado y de los terratenientes absentistas que están financiando el movimiento y que serán los únicos ganadores del establecimiento de un estado corporativo […] Los conservadores argentinos saben que deben matar la democracia o perder para siempre el control del gobierno”.

En estos escritos se advierte una tensión entre la identidad ideológica que Weil atribuye al nacionalismo militar y las iniciativas de los grupos próximos al nazi-fascismo, franjas en las que primaba la diversidad antes que la unidad. El autoritarismo y el totalitarismo distaban de ser sinónimos. “Las dictaduras sudamericanas tuvieron estas características mucho antes de Hitler” (Weil, 2010, pp. 80-81). Una idea similar a la anterior se vinculaba con la dificultad de reducir los regímenes políticos históricos a una tipología universal, pues si bien ciertos rasgos coinciden con un modelo abstracto, otros le son extraños. “Se ha dicho que el gobierno actual se halla «a horcajadas entre la democracia verbal y el totalitarismo de hecho». Sin embargo, es un totalitarismo sui generis” (Weil, 2010, p. 111). La definición subrayaba una condición singular, es decir única y, por tanto, sui generis. No otro es el significado de esa expresión latina: un objeto o una realidad que se destaca por su condición excepcional. Una calificación que evita confundir la coyuntura de la dictadura militar con el fascismo y el nazismo.

No obstante, si bien Weil se empeñaba en identificar los rasgos singulares de la experiencia política argentina de 1943, subsistía la confusión entre las diversas líneas políticas de esa época de transición, a menudo unidas, separadas o yuxtapuestas. La solución de Weil es difusa, tanto que debe retornar sobre sus pasos y corregirse eliminando la cuestión del fascismo o el nazismo para acuñar otra sentencia: “No es totalitarismo”. Y en boca de un hombre anónimo, un panadero, añadía que el conjunto del espectro ideológico se reducía a una mezcla de todo un poco. En primer lugar, un poco de fascismo, algo menos de nazismo, aún menos de comunismo y algo de brasilianismo: “Un tufillo a democracia. Somos únicos en este mundo. Es lo que nos hace argentinos” (Weil, 2010, p. 111). Una confesión de sus dificultades a la hora de clasificar estos regímenes. Todavía en junio de 1945, aún rechazaba en el ensayo Problemas del fascismo. Fascismo sui generis, que la coyuntura argentina se asimilara a Alemania o Italia.

Esa resistencia a subsumir la dictadura argentina en el totalitarismo europeo se expresaba en varias afirmaciones tajantes señalando que se trataba de una variedad criolla con “su propio color local”:

En el caso de la Argentina, también, uno no debería buscar un nazi en todas partes. Perón no es una marioneta nazi en el sentido usual del término [...] El “fascismo” criollo es autoritarismo casero, no Nacionalsozialismus o Fascismo importados, que fueron movimientos de masas engendrados sobre las fuentes de alimentación de la desesperante depresión económica. (Weil, 2010, p. 81)

Las simpatías por los regímenes totalitarios que circulaban en la sociedad y en los oficiales del ejército no se asimilaban, para Weil, a las versiones clásicas del nazismo, el fascismo o el franquismo, a pesar de que el antisemitismo y el anticomunismo local funcionaban como un arma política contra un “blanco integrador” y un enemigo común del mismo modo que en Alemania (Weil, 2010, pp. 83-84).

Estos rasgos del extremismo ideológico revelaban la capacidad de los cenáculos intelectuales o periodísticos del tradicionalismo ideológico para penetrar en las estructuras estatales. No había algo comparable con la intensidad de Alemania, Italia y España, ni condiciones, “ni tampoco un potencial para las manifestaciones extremas de la conducta política” (Buchrucker, 1987, p. 231). Las primeras interpretaciones de Weil se inclinaban por los rasgos clásicos del caudillismo que abandonaría más tarde. Su análisis aún distaba del que sostendría el Partido Comunista en su periódico Unidad Nacional que, recién en julio de 1943, denunciaba el “carácter fascista y reaccionario del gobierno de Ramírez” y la determinación de continuar con la política de neutralidad (Camarero, 2023, p. 36).

Weil evocaba a los nacionalistas, no los analizaba, apenas si se detenía en un par de nombres o, a lo sumo, destacaba la manifiesta oposición a la modernización económica y la aspiración a retornar a la antigua normalidad de la exportación de bienes primarios e importación de productos industriales. Los nacionalistas estaban “arraigados en el campo conservador” tanto que, ahora, gracias a “una cierta ironía de la historia” fomentaban la industrialización (Weil, 1945a, p. 6), a pesar de que habían rechazado la renovación tecnológica y la transformación de la matriz productiva, fieles a sus adhesiones políticas y sus orígenes sociales. Weil no distinguía los matices tradicionales de esas ideas y solo brindaba indicios próximos a las corrientes que serían clasificadas como “nacionalismo restaurador” (Buchrucker, 1987) o “nacionalismo de élite” (Barbero y Devoto, 1983), que incluían una amplia cartografía crítica del comunismo y las tendencias de izquierda, del liberalismo y la democracia, del librecambio y el imperialismo.

En El enigma argentino también se soslayaban los precursores de la industrialización de los años 1920. Al promediar la década de 1930, el nacionalismo económico y sus derivas industrialistas poblaban las publicaciones de formación política, ya sea durante la primera época de Hechos e Ideas que se extiende desde 1935 a 1941 o los Cuadernos de Forja (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) que, entre 1936 y 1942, desarrolló una agenda antiimperialista que, desde su primer número, se proponía una tarea educativa con el propósito de difundir los problemas sociales que agitaban la conciencia de las nuevas generaciones. La omisión de los debates de la cuestión industrial también alcanzaba a la revista Servir, publicada desde 1936 a 1943 por la Escuela de Estudios Argentinos, fundada alrededor de 1934. Un centro de intercambio científico que se originó en el diario La Prensa con la promoción de la Sociedad Oceanográfica Argentina y del Instituto Popular de Conferencias en 1914, que difundía un modelo alternativo al agro exportador que en 1930 ya evidenciaba signos de agotamiento (Ospital, 2015, p. 106). La revista giraba en torno de tres cuestiones fundamentales: las fuentes de energía no tradicionales, sobre todo el petróleo y las obras hidráulicas; el desarrollo de la Patagonia, la zona andina y las extensiones áridas y, en menor medida, el impulso a la industrialización del país.

En el seno del GOU circulaba la revista Ahora, que fue estratégica en el derrotero de Perón, legitimando las políticas de esa logia fundada en marzo de 1943. Ahora fue un medio de divulgación de las ideas y las políticas del GOU y del gobierno peronista posterior, difundiendo una visión nacionalista, antiliberal y, en ocasiones, antisemita. “En articulación con intelectuales nacionalistas que editaban la revista Ahora, permitió atraer a jóvenes oficiales e influir entre los cuadros del ejército” (Archivo Nacional de la Memoria, 2023, p. 12).

Los problemas de la industrialización

Weil reiteraba, una y otra vez, que los estancieros aspiraban al estrangulamiento industrial, mientras el ejército impulsaba la diversificación de la economía con el propósito de proteger su posición frente al crecimiento de Brasil impulsado por Estados Unidos. El dilema del gobierno militar se debatía entre diversas demandas sectoriales. Era urgente lograr un encadenamiento productivo que se iniciara con un programa de armamentos que se encaminara hacia la industrialización. Ese proyecto ya no era una convicción sino un imperativo frente a la ofensiva de los agrarios, ya sea, en ocasión de la suspensión de la Junta Nacional de Granos, la reducción del valor de los arrendamientos o el decreto que modificaba en profundidad las condiciones laborales y de la vida gracias al estatuto del peón rural. A pesar de ello, la dictadura zigzagueaba sancionando a empresas comerciales e industriales líderes acusadas de una actitud desfavorable hacia la Argentina (Weil, 2010, p. 283).

Desde 1941 funcionaba la Corporación para la Promoción del Intercambio (CPI), destinada a fomentar las exportaciones industriales y vender las divisas de ese origen en el mercado de cambios. Se intentaba favorecer las exportaciones industriales a Estados Unidos y la importación de bienes de ese país. Una experiencia que Weil traducía en 1944 como un cambio de rumbo posible que el país del norte podría encarar removiendo sus barreras sanitarias a la exportación de carnes y promoviendo una corriente de capitales norteamericanos para estimular la industrialización local y la importación de los productos norteamericanos hacia el Río de La Plata. Esa solución exigía aumentar el estándar de vida interno, que se favorecería si las inversiones externas procedían del “buen” capital, es decir, de aquel que se interesaba tanto por el giro de sus ganancias como por el crecimiento de las condiciones de vida, incluyendo entre ellas la educación, la vivienda y las comunicaciones. El “buen” capital fomentaba el desarrollo social y económico de un país. En cambio, el “mal” capital no solo se despreocupaba de la población, sino que impedía la construcción de caminos o de elevadores de granos, cuyo ejemplo más palmario fue la trayectoria del capital británico, afirmación que se reitera en varios artículos (Weil, 1944a, p. 374; 1944c, pp. 179-182; 1944d, p. 7; 2010, pp. 313-318). Una idea que desarrolló Scalabrini Ortiz en 1940 en Política británica en el Río de la Plata y que Weil recuperaba en una cita aislada (2010, p. 419, n. 21). Con excepción de los ferrocarriles estatales, todo el resto se encontraba fuera del alcance del país, como si estuvieran en la India, transformados en un factor del antiprogreso, como ocurría con el ferrocarril colonial (Scalabrini Ortiz, 2001, p. 226).

A lo largo del libro, definía a la Argentina como una economía semicolonial. “No somos anticapitalistas, pero no permitiremos que el capital (extranjero) nos domine”, declaraba Perón en noviembre de 1943 (Weil, 2010, p. 47). Una conclusión que abarcaba a los oficiales del ejército con su posición desfavorable a la intervención internacional en los asuntos internos y en la política exterior que formaban. Sin embargo, esos problemas del atraso de la Argentina representaban una gran oportunidad para los Estados Unidos, al que Weil dedicaba un capítulo de su libro. Aconsejaba abandonar las políticas que trababan las relaciones comerciales entre ambos países. “Los EE.UU. podrían ser de tremenda importancia ayudando al programa de industrialización de la Argentina, el cual está destinado a continuar en cualquier caso” (Weil, 2010, p. 313). Para lograr ese propósito, era necesario remover el secular embargo de carnes y las barreras sanitarias que afectaban a la exportación de carnes desde la Argentina, una de las trabas más importantes para el intercambio entre ambos países.

A pesar de los esfuerzos en el frente social, no se lograba diseñar una estrategia consistente para la modernización industrial y para aumentar la productividad y la eficiencia: la única esperanza para el desarrollo de la democracia (Weil, 2010, p. 114). En 1944 la Secretaría de Industria y Comercio propuso medidas de protección y de estímulo al sector industrial aconsejadas por los discípulos de Alejandro Bunge, sobre todo por Emilio Llorens y otros economistas como Carlos Moyano Llerena. Muy pronto, el programa de estímulo industrial para bonificar préstamos industriales por los bancos privados superó el monto del mismo plan de Federico Pinedo. La cantidad trepaba al doble de la prevista en 1940. Una “indicación de que Argentina no planea volver a una economía predominantemente agrícola después de la guerra” (Weil, 2010, p. 284). Esa estrategia se completó con la fundación del Banco de Crédito Industrial en 1944, destinado a financiar un amplio espectro de inversiones industriales de largo plazo que incluían desde la tecnología a la construcción de las instalaciones.

El camino opuesto no ofrecía alternativas frente a un desempleo masivo que agravaría el malestar social y exigiría la planificación de un auxilio a la población que se desplazaba del campo a la ciudad. La opción por la explotación familiar y la colonización de tierras para retener a los habitantes podría provocar la ruptura de las grandes propiedades: “Los estancieros no han instituido la dictadura actual para que cambie la estructura social que se espera que proteja” (Weil, 2010, p. 286). En esta puja se advertían otros signos favorables hacia una industrialización autóctona, expandiendo la Dirección General de Fabricaciones Militares concebida por el ingeniero general de brigada Manuel Savio, fundada en 1941 y orientada hacia la industria pesada y la producción de armamentos.

¿Qué sucede en la Argentina?

El 12 de junio de 1945 la oposición de las corporaciones del comercio y la producción presentó sus primeras críticas unificadas sobre la política laboral y económica de la Secretaria de Trabajo y Previsión. El Manifiesto de las cámaras de empresarios subrayaba los problemas de la disciplina laboral, la reducción de la productividad del trabajo y los aumentos de salarios que no surgían de las comisiones paritarias entre las partes sino de decretos mecánicos y generales. Apenas un prólogo de las futuras ofensivas de los empresarios y de los partidos políticos cuyos despliegues durante el mes de agosto insinuaban líneas de fuerza que se acercaban a un punto sin retorno más allá del cual ya no sería posible retroceder frente a unas fuerzas armadas también atravesadas por los conflictos.

La coyuntura estallaría con la Marcha por la Constitución y la Libertad del 19 de septiembre y la concentración del 17 de octubre. Tras estos acontecimientos, Weil publicó un artículo en el que se preguntaba: ¿qué ocurre en Argentina?, muy favorable a la oposición y lapidario con los trabajadores que procedían de los distritos más pobres, entre ellos Avellaneda, del otro lado del Riachuelo. En esa geografía de los barrios periféricos, los costos de producción eran más baratos que en Buenos Aires, gracias a las leyes federales de protección de la salud, la vivienda o la jornada de ocho horas que no se aplicaban allí. Esa masa de obreros no calificados que, para nuestro autor, ya transitaba por los terrenos desconocidos de la política, ignoraba las libertades democráticas y no distinguía entre la dictadura que despreciaba los derechos civiles y los gobiernos constitucionales que hacían otro tanto. A la vez, subrayaba la semejanza de la dictadura y la democracia que se practicaban en la Argentina, pero no se sumaba a los criterios de la oposición ni de la propaganda de los Estados Unidos a través del ex embajador Braden.

Es posible que el lenguaje confunda al lector cuando aquel incorpora las expresiones de la oposición o aun parece mimetizarse con ella. El giro era tan profundo que ya no se refería a los obreros de Avellaneda sino al lumpen proletariado de las grandes capitales del mundo: la chusma (rabble) y las clases marginales (slums) de ese centro manufacturero que apoyó a Perón a cambio de pequeños beneficios que “ocupaban un lugar importante en sus vidas miserables” y que, por ello mismo, no era extraño que acudieran a rescatarlo. Los obreros han desaparecido de la escena y ahora los sindicatos dirigidos por bandas de matones (thugs) son acompañados por una turba (mob) organizada que lograron una puesta del “Nazi terror”, recorriendo la ciudad dispuestos a agredir a los “extranjeros”, es decir a los judíos y a los “intelectuales comunistas” (Weil, 1945b, pp. 538-539). Las afirmaciones de ataques a las casas de los líderes democráticos, los saqueos y golpizas en los barrios judíos tolerados por una policía encargada de no interferir, nunca fueron documentadas y formaron parte de los rumores y noticias falsas que Weil recibía en Estados Unidos y transmitía como verosímiles.

La magnitud de la muchedumbre de las clases medias y altas que el 19 de septiembre cubrieron el tramo desde el Congreso Nacional hasta Plaza Francia frente al cementerio de la Recoleta habría alcanzado a unas 250.000 personas, según el New York Times, cifra que Crítica y otros diarios locales y el mismo Weil estiraban al medio millón.

Sólo estaban unidos en su descontento con el régimen, no en sus planes de vuelta al gobierno constitucional. Debatieron, discutieron, pero dejaron la acción en manos del ejército. “Exigieron” que los militares entregaran el poder al Presidente de la Suprema Corte. (Weil, 1945b)

Esa débil oposición solo había reunido una masa disconforme sin convicciones ideológicas firmes que la orientaran hacia la acción política en condiciones de disputar el poder. En cambio, a la hora de evaluar el 17 de octubre, la concentración no superaba los 30.000 manifestantes (Weil, 1945b, p. 539), aunque su número habría rondado entre 200 y 300 mil personas (Luna, 1971, pp. 203-291). En uno y otro caso, desechando las exageraciones, las magnitudes no arrojaban diferencias abismales. La conclusión de ese artículo publicado en diciembre de 1945 es que Perón ganará las elecciones y será el nuevo enemigo de América Latina.

En la interpretación posterior del gobierno militar y del peronismo, Weil abandonó la tesis inicial del “fascismo sui generis”. En un extenso estudio de la bibliografía reciente sobre la industrialización, afirmaba que hubiera sido importante para el lector americano saber que el régimen de la Argentina era “casi tan totalitario y muestra casi tanto respeto por el Estado de Derecho como el régimen de Hitler, y que la economía argentina está en camino hacia un capitalismo de Estado completo”, con la sustitución de la propiedad privada de los medios de producción por la propiedad estatal (Weil, 1947, p. 57). En estos estudios de la dictadura militar de 1943 y del régimen de Perón, el autor se quejaba de la excesiva “moderación diplomática” de los estudios sobre el peronismo que no incorporaban las tipologías políticas que exigía el problema del desarrollo económico, entre ellas la dimensión y las formas del autoritarismo de las intervenciones militares.

Estas ideas se reiterarían al año siguiente, cuando describía cómo Perón había logrado el control total de la economía para llevar a cabo un experimento de “capitalismo de Estado totalitario”.

A los hombres de negocios estadounidenses les llevó mucho tiempo aprender que no se deben hacer negocios con Hitler. Sin embargo, en la actualidad se están peleando unos con otros para hacer negocios con los todavía pequeños Neo-Hitler del hemisferio occidental. (Weil, 1948, pp. 303-304)

En 1950, en “¿Se puede comprar a Perón?”, el penúltimo artículo que dedicó a la Argentina, Weil recuperaba su hipótesis original sobre la ayuda inicial que la “aristocracia terrateniente” prestó a los oficiales del GOU para fundar un régimen que se sustentaba sobre los pilares del ejército, la policía, el trabajo, la Iglesia y la burocracia, cuya influencia no solo se originaba en la sociedad civil sino en el mismo gabinete del nuevo poder ejecutivo. Weil concluía que Perón había traicionado a los terratenientes, aunque había cumplido su promesa de mejorar el nivel de vida de la población a expensas de las transferencias indirectas de ingresos de los arrendatarios y los empresarios agropecuarios. Había marginado a sus antiguos aliados, los estancieros, al excluirlos del poder político sin dañar su base económica e imponiendo una variedad argentina del Estado de Bienestar: control de precios, impuestos elevados, aumentos salariales, indemnización para los trabajadores despedidos, un mes de bonificación anual por aguinaldo, vacaciones pagas, seguridad social, etc. (Weil, 1950, p. 28).

En 1955 Weil afirmaba en la reseña al libro de Arthur P. Whitaker, Los Estados Unidos y la Argentina (1954), que el régimen peronista era una tiranía. Una minoría había triunfado respetando las formas democráticas gracias a la ineptitud y la desunión de una oposición sometida a una debilidad estructural. Crisis que agravó la política exterior de los Estados Unidos cuyas torpezas contribuyeron al éxito inicial de Perón (Weil, 1955, pp. 478-479). Entre ellos el Libro Azul, que denunciaba la amistad de la Argentina hacia las fuerzas del Eje, gobernada por un régimen nazi-fascista, y la hostilidad hacia Estados Unidos. El éxito electoral de Perón se explicaba por su política laboral y social tanto como por la ayuda del Departamento de Estado que, al intervenir en los asuntos internos de Argentina, empujó al electorado hacia el campo peronista. El último artículo que Weil dedicaba a su país de origen sería publicado en septiembre de 1955, poco antes del golpe militar.

* * *

A lo largo de estas páginas se ha recorrido la temprana producción de Félix Weil hasta los años en que se despidió intelectualmente de la Argentina, un período que abarca desde la revolución de 1919 en Alemania hasta el golpe militar de 1955, que provocó la caída de Perón. En una valiosa investigación de Martín Traine se ha subrayado un perfil de su personalidad que recuerda al lector la imagen del campesino del cuento “Ante la Ley”, de Franz Kafka. El hombre no atina a abrir la única puerta que le estaba destinada y, de allí, que Weil “habría abierto cientos de caminos, pero sin encontrar jamás un lugar adecuado para sí mismo, debatiéndose siempre en mundos separados y enigmáticos” (Traine, 1995, 39). Un razonamiento que desliza el enigma desde un objeto, la Argentina, hacia el propio autor, cuya figura se mimetiza con el título de su libro. Y, sin embargo, rechazaba la idea del acertijo, brindando una lección sobre la premisa inicial de todo conocimiento: separarse de la percepción que solo registra la superficie de los acontecimientos y estudiar sus orígenes subyacentes (Weil, 2010, p. 11). Cuando en 1923 concluyó su libro, confesó que la investigación sobre la historia del movimiento obrero habría de continuar pues persistían suficientes detalles y aristas de cara al futuro. Ese proyecto de un economista devenido historiador del tiempo presente habría de esperar dos décadas para concretarse.

Su esposa Helen Knoping, a quien dedica su libro, lo habría persuadido de que escribiera la obra que deseaba y no aquella que sus amigos esperaban que escribiera (Erazo Heufelder, 2017, p. 156). Una elección que le permitió ahondar en las relaciones de la industrialización y las condiciones sociopolíticas de la Argentina en el largo plazo. La distancia entre sus estudios de la década de 1930 respecto de 1940 es aquella que media entre las cuestiones de las economías dirigidas, no solo en Argentina, y la densidad de las políticas nacionales a escala global en una coyuntura en la que, tras la crisis de 1930, ya se percibía la futura guerra mundial. En cambio, los ensayos sobre el período peronista, si bien continúan a la luz de las categorías que definieron su formación intelectual, se inclinan sobre los problemas de la industrialización que se originaban en la oposición de la dictadura y la democracia. Sus conclusiones sobre la economía y el régimen político en el largo plazo obrarían como un disparador de las reflexiones de Milcíades Peña de 1964 a 1966 en la revista Fichas de Investigación Económica y Social, donde se publicó un artículo en castellano de una sección del libro de 1944 sobre las vísperas del peronismo, idea que más tarde continuaría Mario Rapoport en 1988, con dos capítulos traducidos de El enigma argentino.

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1. Las traducciones en inglés y alemán son del autor, excepto que se indique lo contrario.

2. La colisión entre las acciones parlamentarias y revolucionarias fue justificada por Karl Kautsky en el Prefacio a la quinta edición de su libro El Programa de Erfurt, donde señalaba: “La verosimilitud de que en algunos países, Inglaterra por ejemplo, el proletariado conquistase sin catástrofe el Poder era mayor que hoy. Marx mismo había aceptado la posibilidad, para Inglaterra, de una evolución pacífica” (Kautsky, 1933, p. 5).

3. Numerosas referencias se registran en la extensa biografía de Hans-Peter Gruber sobre los Consejos de Soldados (Soldatenrat) y de los Consejos de Obreros y Soldados (Arbeiter- und Soldatenrat):

4. El análisis comprende el período desde la Primera Guerra Mundial hasta la derrota y la firma del tratado de Versalles en junio de 1919.

5. El “revolucionario olvidado” según su biógrafo (Hoffrogge, 2015), representante de los trabajadores metalúrgicos de Berlín. En 1924 publicó el primer volumen Del Imperio a la República (Vom Kaiserreich zur Republik) y el segundo La Revolución de Noviembre (Die Novemberrevolution), ambos en la editorial Malik que Félix Weil rescató de su crisis financiera, en tanto que el tercero La guerra civil en Alemania (Der Bürgerkrieg in Deutschland) se conoció en 1925 a través de Phöbus, fundada por Müller (Hoffrogge y Raventós, 2023).

6. Agradezco la gentileza de Andrea Gálová, International Institute of Social History, Ámsterdam, quien me envió el artículo de Weil.

7. Däumig creía que la revolución ya se había implantado en la voluntad de los trabajadores. Partía de la premisa de que la revolución estaba en marcha en el mundo, a pesar de todas las dificultades y retrocesos temporales y que en Alemania se libraba la lucha final entre el capital y el trabajo (Morgan, 1982, p. 312).

8. Consultar en este dossier el artículo de Jacob Blumenfeld.

9. Consultar en este dossier el artículo de Hernán Camarero.

 

 

“Plano 1

Primera Semana de Trabajo Marxista, reunida en 1923 en Tübingen (Turingia). Entre otros, parados, de izquierda a derecha, Friedrich Pollock (2º), Konstantin Zetkin (4º), Georg Lukács (5º), Richard Sorge (7º), Felix Weil (9º); sentados, de izquierda a derecha, Karl A. Wittfogel (1º), Karl Korsch (5º, recostado), Hedda Korsch (6º) y Käthe Weil (7º).