Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, nº 26
septiembre 2024 - febrero 2025
ISSN 2313-9749
Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas

Huelga azucarera y revancha patronal: estrategias de lucha y experiencia obrera en los ingenios Ledesma y La Esperanza, Jujuy (1920-1949)


Nicolás Hernández Aparicio

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Universidad Nacional de Jujuy.
San Salvador de Jujuy, Argentina
hernandezaparicio92@gmail.com
ORCID: 0000-0002-7181-7021

Título: Sugar Strike and Employer Revenge: Strategies of Struggle and Working Experience in the Ledesma and La Esperanza Sugar Mills (1920-1949)

Resumen: Este artículo tiene como objetivo analizar la dinámica de la huelga azucarera en los ingenios Ledesma y La Esperanza, de la provincia de Jujuy, durante la coyuntura de crisis del primer peronismo hacia 1949. Se ha señalado el “viraje” en el discurso peronista, al punto de afirmar que el desenlace del conflicto implicó cercenar la autonomía del movimiento obrero. Con las fuentes internas del segundo ingenio y la prensa periódica, este artículo se centrará en reconstruirlo, partiendo de que esa coyuntura de lucha fue precedida de una serie de acciones que moldearon la práctica de clase de los obreros azucareros jujeños desde la década de 1920.

Palabras clave: peronismo – clase obrera – conflicto laboral

Abstract: This article aims to analyze the dynamics of the sugar strike in the Ledesma and La Esperanza sugar mills, in the province of Jujuy, during the crisis situation of the first Peronism around 1949. The “turn” in the Peronist discourse has been pointed out, to the point of affirming that the outcome of the conflict involved curtailing the autonomy of the labor movement. With the internal sources of the second sugar mill and the periodical press, this article will focus on reconstructing it, starting from the fact that this situation of struggle was preceded by a series of actions that shaped the class practice of the sugar workers in Jujuy since the 1920s.

Keywords: Peronismo – Working class – Laboral Dispute

Recepción: 12 de junio de 2024. Aceptación: 13 de febrero de 2025

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Un problema clásico revisitado

La relación entre el primer peronismo y el movimiento obrero constituye uno de los temas privilegiados de la historiografía argentina. La intervención de Perón sobre el mundo del trabajo fue más allá de la satisfacción de sus necesidades económicas, ya que ofreció a las masas obreras un bien simbólico de consecuencias duraderas: su reconocimiento como miembros plenos de la comunidad política (Torre, 2012, pp. 20-21). En ese marco, algunos trabajos debatieron la tesis primigenia de Germani: un movimiento obrero permeable al liderazgo carismático por su condición de “disponibilidad”, destacando la preexistencia de una tradición reformista en el movimiento obrero argentino que hacía factible la posibilidad de negociaciones y acuerdos con el Estado (Macor y Tcach, 2013; Cantón y Acosta, 2013).

En la provincia de Jujuy, la problemática estaba asociada a la agroindustria azucarera. El despegue de los ingenios se desarrolló desde la década de 1870, cuando se pusieron en funcionamiento las nuevas instalaciones fabriles con maquinaria importada y se levantaron las primeras cosechas de buen rendimiento, hasta mediados de la década de 1910, en que las condiciones para competir y ganar un espacio en el mercado nacional se hicieron evidentes. Existían tres en la provincia: Ledesma, surgido en 1876 en manos de la familia Ovejero y Zerda; La Esperanza, fundado en 1883 por la familia salteña Aráoz, pero que pronto incorporaría al inglés Roger Leach, quien hacia 1893 se hizo cargo de la empresa junto a sus hermanos; y La Mendieta, fundado en 1892 por los alemanes Müller (Teruel, Lagos y Peirotti, 2006, pp. 448-449).

La década de 1920 significó el afianzamiento definitivo de la producción azucarera a gran escala. Las razones de esta formidable expansión, a costa de la participación relativa de la producción azucarera tucumana, residía en la consolidación de complejos industriales con integración vertical y con alta capacidad productiva. Apenas conformada, Ledesma fijó su domicilio en la ciudad de Buenos Aires, mientras que La Esperanza lo hizo en Londres. En cuanto al tercer ingenio provincial, La Mendieta, luego de haber sido adquirido en 1930 por las herederas del financista Emilio Schiffner, quedaría vinculado a capitales suizos (Kindgard, 2001, pp. 32-33).

En ese marco, las relaciones de producción implicaban un mercado de trabajo segmentado. Por un lado, en las llamadas “tierras bajas” existían gauchos y campesinos propietarios de parcelas de subsistencia o arrendatarios, que constituían para finales del siglo XIX el núcleo de población más fácil de desplazar y atraer como mano de obra. Pero se trataba de un grupo bastante escaso (Teruel, 1995, p. 118). En cambio, desde finales del siglo XVIII, cuando en el oriente jujeño empiezan a asentarse las primeras haciendas, se recurre al trabajo de indígenas vencidos o aliados, especialmente wichís (matacos), tobas y chiriguanos. En el siglo XIX, se reclutaban trabajadores del Chaco boliviano y argentino (Teruel, 1995, p. 119).

Se ha destacado que para 1920 se produjo una transición que finalizó con la movilidad de la mano de obra del oriente jujeño. Fundamentalmente se debió al hecho de que la posesión de la fuerza de trabajo entró en competencia con las colonias algodoneras del territorio del Chaco. Para ello, el gobierno de ese espacio prohibió la salida de los indígenas hacia otras provincias con fines laborales (Lagos, 2005, p. 332).

Esto llevó a una serie de modificaciones en el reclutamiento del trabajo. Los servicios compulsivos que se establecieron constituían la primera fase de proletarización, que, para 1930, había alcanzado un grado considerable. Sin embargo, la misma fue solo parcial, ya que los campesinos indígenas quedaron en posesión de la tierra, al tratarse de un modelo con fuertes variaciones estacionales (Rutledge, 1987, p. 209).

En ese contexto, los estudios relativos al trabajo en Jujuy dudaron de la existencia de conflictos obreros y organizaciones sindicales debido, por un lado, al retraso en la formación de un mercado unificado y libre y, por el otro, a diferencias y antagonismos interétnicos que impidieron forjar lazos de solidaridad de clase (Campi y Lagos, 1994, p. 491). Sin embargo, como se mostrará a continuación, la historiografía ha saldado esta discusión al mostrar las características organizacionales de los trabajadores del azúcar. Seguidamente, nos adentraremos en las dinámicas propias de la huelga de 1949, con la hipótesis de que la misma no constituyó un hecho meramente coyuntural, sino que formó parte de las prácticas de clase y acumulación de experiencias de los trabajadores azucareros, forjados desde la década de 1920.

El debate historiográfico sobre el “accionar humano en la historia” es extenso, y lejos estamos de poder resolverlo aquí. Sin embargo, la discusión sobre la “falta de conciencia de clase”, esbozada para explicar la ausencia de conflictos en los trabajadores del azúcar, creemos que puede repensarse tomando la noción de “variantes comportamentales” de Rosental, que, aunque fueran minoritarias, invitan a superar las explicaciones estructurales (2015, p. 171). Queremos significar que la ausencia, o la ausencia relativa, de conflictos no debería atribuirse a problemas de conciencia, o “falsa conciencia” como pensaba el marxismo clásico: se trata de restituir la experiencia de los sujetos históricos; al decir de Thompson, la lucha de clases es un concepto que precede al de clase (1981, p. 167). Por lo tanto, podemos decir junto a Poulantzas que no hay necesidad de “conciencia de clase” para que la lucha de clases tenga lugar. Si las clases son un proceso de formación histórica, la mismas actúan en la historia no bajo preceptos predefinidos, sino sobre la base de estrategias y pueden ser captadas a través de sus prácticas (Poulantzas, 2016, p. 24).

Recurriremos en una primera instancia a la prensa periódica y a la historiografía, para dar cuenta de la preexistencia de la conflictividad obrera en los ingenios azucareros jujeños, tomando las advertencias señaladas para el caso tucumano, acerca de que la vertiginosa multiplicación sindical durante el primer peronismo abrevaba en la experiencia de la clase trabajadora, en sus rutinas de explotación y postergadas reivindicaciones (Gutiérrez, Lichtmajer y Santos Lepera, 2019, p. 16). En un segundo momento, nos abocaremos específicamente a la reconstrucción de la huelga azucarera de 1949. Allí combinaremos la prensa con la documentación del repositorio del Ingenio La Esperanza, abordando la estrategia obrera en la huelga con la respuesta patronal y el accionar estatal.

Cuestión social y organización obrera (1920-1930)

Fleitas afirma que la actitud de prescindencia del Estado ante los conflictos obreros, característica del régimen conservador iniciado en 1880, cambió fundamentalmente a partir de 1916. La existencia de un “pacto táctico” que los radicales mantenían con los sindicatos llevaba a que el gobierno no disputara el campo gremial. Esto se alteraría con la represión de 1919, que, con la promoción de proyectos de legislación laboral, imponía al mismo tiempo ejercer control sobre los elementos más radicalizados del sindicalismo (Fleitas, 2014, p. 371). La idea debe ser matizada. Después de 1902, con la primera huelga general de orden nacional, el Estado comenzó a desarrollar una suerte de “juego de pinzas” frente a la cuestión obrera. Por un lado, sistematizó la represión en el plano legislativo (la Ley de Residencia, que facultaba la expulsión de extranjeros) y el proyecto de Código de trabajo, en 1904, que contenía algunas de las demandas más significativas del movimiento obrero, aunque en forma retaceada, pero regimentaba fuertemente la vida sindical (Falcón y Monserrat, 2000, pp. 156-157).

Puede decirse que durante 1920 las condiciones económicas y sociales se hicieron más duras en Jujuy: la carestía de vida, el problema habitacional y la grave cuestión sanitaria en la provincia en general. La zona azucarera fue sacudida por movimientos huelguísticos. Durante 1916, en el ingenio Ledesma, se produjo una protesta con un saldo de once heridos y la muerte de seis obreros turcos que se habrían negado a recibir sus salarios de otra forma que no fuera en moneda nacional. Para 1918, estalló un conflicto protagonizado “por cerca de tres mil obreros huelguistas” con cuya comisión de huelga estaban conectados “los caciques de los cuatro mil indios venidos del Chaco”. Los reclamos se centraban en los salarios, en la falta de artículos de primera necesidad y en las pésimas condiciones higiénicas del Pueblo Ingenio. En los últimos días de agosto, las partes parecieron llegar a un acuerdo: los trabajadores consiguieron la autorización para construir una organización obrera y manifestaban su intención de formar cooperativas de consumo. Sin embargo, en septiembre el conflicto volvió a estallar, con intentos de incendio al ingenio Ledesma, con el desplazamiento de las fuerzas nacionales y la detención de más de 40 obreros (Fleitas y Kindgard, 2006, p. 195).

La agitación continuó en Ledesma. En 1921, el jefe de la Policía de la Provincia acudió al ingenio ante los rumores de que se preparaba una huelga, responsabilizando del malestar a la propaganda de “elementos perturbadores del orden y la tranquilidad pública”. A su regreso, el comandante Ruiz informaba que la huelga estaba a punto de producirse, encabezada por numerosos trabajadores catamarqueños, dirigidos por el ex interventor de la Municipalidad de Ledesma, José Maróstica (Teruel y Fleitas, 2004, p. 149).

Estos elementos no parecían alterar el modelo de acumulación de la empresa. Para 1921, el diario La Opinión informaba: “Una de las más importantes empresas anónimas productoras de azúcar, Ledesma Sugar Estates and Reffining Company Limited, ha gozado de ganancias muy respetables, según el balance que acaba de publicarse”.1 Este creciente peso de las compañías azucareras era tal que los gobiernos radicales de la década de 1920, que emprendieron una serie de obras destinadas a “modernizar” ciertos aspectos de la realidad social jujeña, debieron recurrir indefectiblemente a la ayuda financiera de las compañías azucareras y otras veces al concurso de la Nación (Fleitas y Kindgard, 2006, p. 192).

Esto no debe hacernos pensar, sin embargo, que las relaciones entre el Estado provincial y las compañías eran armoniosas. Con motivo de las elecciones provinciales de 1922, el periódico radical El Heraldo afirmaba: “el radicalismo triunfará con o sin el ingenio”. Tal sentencia aludía a cualquier emergencia electoral que pudiera suscitarse por intermediación de la compañía de La Esperanza.2

A pesar de esta presencia muy marcada de los ingenios, en 1923 volvería a producirse una huelga obrera, la más importante de la década: duró seis días (del 29 de julio al 3 de agosto) e incluyó un intento de asalto al ingenio. En la organización de la protesta estuvieron involucrados sindicalistas provenientes de la vecina provincia de Salta, que llevaban a cabo las reuniones en el negocio de un panadero de Ledesma o en las vías del ferrocarril. Uno de ellos, Nicolás Toribio Álvarez, había estado allí diez días antes, invitado por el Sindicato de Oficios Varios, dando una conferencia de “carácter ideológico”, secundado por su secretario general, Cantalicio Figueroa. Aunque las fuentes no sean más claras al respecto (si los trabajadores azucareros estaban o no afiliados al Sindicato de Oficios Varios y si este tuvo como antecesor a la Sociedad de Oficios Varios, surgida de la huelga del 18), lo cierto es que Figueroa es mencionado en las indagatorias como uno de los conductores de la multitud en las calles de Ledesma (Teruel y Fleitas, 2004, p. 150).

Lo que sí se evidencia es que el movimiento huelguístico alcanzó grados de violencia importantes. Se hablaba de tres o cuatro decenas de obreros heridos.3 Apunta Fleitas (2023, pp. 127-128) que el sábado 28 de julio por la noche, un herrero trabajador de Ledesma mostraba a algunos compañeros el plan de asalto al ingenio, donde figuraba el corte de los hilos telegráficos y telefónicos. Llegada la hora, unas doscientas personas se hicieron presentes, armadas con palos, piedras y armas de fuego. Incluso la presencia de Herminio Arrieta, uno de los dueños del ingenio, fue incapaz de detener el movimiento, que derivó en un enfrentamiento con disparos entre las fuerzas policiales y los huelguistas.

A pesar del grado de disposición de las fuerzas obreras, la prensa periódica apostó a desacreditar su alcance: “Según esas mismas noticias, que poco después fueron confirmadas, solo se trataba de una huelga parcial de los obreros de la fábrica del Ingenio, únicamente, calculándose que el número de revoltosos ascendía a mil hombres, más o menos”.4 Por otro lado, la misma daba cuenta de que “los huelguistas resultaron los más perjudicados, haciéndose ascender a tres o cuatro decenas el número de heridos”.5

Los movimientos huelguísticos de principios de 1920, aunque no pueden ser catalogadas de meramente coyunturales, distaban sin embargo de una acumulación de experiencias destinadas a subvertir el régimen de producción. Ahora, esto no significa obviar la existencia de la lucha reivindicativa. Aunque la organización gremial de los obreros del azúcar correspondió a décadas posteriores, un reducido número de trabajadores actuó como el grupo organizador y propulsor de la huelga de 1923. Con sindicalistas no vinculados al ámbito local (el mencionado Toribio Álvarez), los hechos expresan “que la huelga venía a sumarse a algunas otras formas de respuesta social al poder opresivo de los ingenios” (Fleitas, 2014, p. 419).

Esta coyuntura de flujo obrero se trastocaría con la crisis de 1930. A nivel nacional, el golpe del 6 de septiembre propiciado por Uriburu desató la persecución y la represión a los grupos de izquierda, que pasaron a la clandestinidad (Camarero y Ceruso, 2020, p. 45). El contexto económico amenazaba con poner fin a la expansión de los ingenios. Para evitar la caída, rápidamente el gobierno nacional impuso una política proteccionista: el aumento de la tarifa sobre el azúcar importado, a fin de sostener la producción nacional. Esta medida posibilitó a La Esperanza y Ledesma el aumento de la superficie cultivada con caña, en plena época de crisis (Teruel, Lagos y Peirotti, 2006, p. 457). En junio de ese año, el administrador del Ingenio Ledesma, Herminio Arrieta, se dirigía al de La Esperanza, Ambrosio Alexander:

Aquí las cosas no van bien. Noto un desasosiego entre el personal que me hace sospechar un movimiento para dentro de breves días. Desde ayer sé que en Pueblo Nuevo se ha constituido una comisión pro huelga y que están trabajando activamente propagando sus ideas entre los obreros de la Fábrica y de los Lotes. Lo que quieren pedir es el cumplimiento extricto [sic] de las 8 horas (lo cual ya se hace) y un jornal mínimo de $4,20 m/n.6

Como señala Fleitas (2014, p. 348), en Jujuy los últimos tres años de la década de 1920 estuvieron marcados por la exacerbación de la tensión política y el recrudecimiento de los medios de lucha, notas que acompañaban la puja electoral y los enfrentamientos interpartidarios. Lo que estaba en juego era mucho más que la elección que llevaría al radical Miguel Aníbal Tanco a la gobernación en 1930: la posibilidad de una reforma social de matriz popular que intranquilizaba tanto a sus impulsores como a sus detractores. En ese marco, el mencionado administrador de Ledesma sostenía:

Yo he mandado ayer a Jujuy a Leonardo Fernández a pedir garantías y a exigir al gobierno que mantenga las promesas de Tanco en el sentido de asegurarnos un trabajo tranquilo siempre que nosotros cumplamos con lo que hemos convenido.7

Ante la preocupante situación, un delegado del ingenio Ledesma decidió apersonarse en la capital provincial, afirmando que “como resultado de esta visita he resuelto no contestar la nota del ministro y además dejar sin modificar la organización ya hecha con personal de la fábrica Decauville, dando principio a la molienda hoy a las 9 horas”.8 Estudios recientes han demostrado que en las coyunturas 1923-1925, y luego para 1926, los salarios reales de los obreros del Ingenio La Esperanza evidenciaron un aumento considerable (Hernández Aparicio, 2024), lo cual habría que estudiar en particular para el resto de los ingenios de la provincia, pero que permiten contextualizar el programa de ajuste de los directivos de la compañía Ledesma, seguramente temerosos de que estas conquistas se extendieran a sus plantas: “Tengo entendido que La Mendieta está de acuerdo en pagar al contratista diez por ciento sobre los $3, lo que creo muy innecesario y trataré de evitar a todo costo”.9

Para esta década, los comúnmente denominados “negreros” eran los encargados de proveer a los ingenios un número determinado de braceros, controlando la labor en las plantaciones y asignándoles diariamente una determinada cantidad de surcos a cosechar, la denominada “tarea” (Kindgard, 2019b, p. 89).

La tensión entre el programa reformista del gobierno radical de Miguel Tanco, expresaría la tensión con los ingenios y su rol activo en el golpe de septiembre de 1930. Para finales de mayo, la Administración General del Ingenio Ledesma enviaba una carta al Ejecutivo provincial:

El señor Gobernador recordará que a mérito de la solicitud de los 3 ingenios de fecha 12 del corriente y también en vista de un pedido similar hecho por los maquinistas de este ingenio, se acordó que teniendo en cuenta que el trabajo del personal de máquinas Decauville es especialmente intermitente, se autorizaría a este personal a trabajar 12 horas ganando un jornal y medio.10

A pesar de que los gobiernos de la Unión Cívica Radical se afirmaron bajo discursos de articulación social, el omnipresente papel de los ingenios azucareros, en tanto garantes financieros de estas desequilibradas gestiones, no implicó la ausencia de conflictividad, ancladas en prácticas de clase y experiencias de lucha reivindicativa, que fueron moldeando una estrategia de intervención política, que no tenía que ver con “grados de conciencia” u organización partidaria, y que serían parte de una tradición “puesta a prueba” durante el primer peronismo y la gran huelga de 1949.

El primer peronismo y la gran huelga azucarera de 1949:
¿un ejercicio de revolución pasiva?

La huelga de 1946 y “la ofensiva obrera”

Piliponsky (2014, p. 138) afirma que la gran huelga azucarera de 1949 implicó en su desenlace un hito en el proceso de ataque a la autonomía del movimiento obrero, produciendo un cambio cualitativo en el gremialismo tucumano. Sin embargo, esa embestida habría sido la continuidad de una tendencia ya existente. La reconstrucción que esta sección pretende en cierta manera retoma lo planteado: la preexistencia de prácticas de clase y experiencias que fueron rearticuladas por el peronismo.

La frontera entre un antes y un después, que en Jujuy trazó el peronismo, resulta más elocuente al mirar el mundo del trabajo azucarero. Hasta entonces, los obreros no gozaban de la protección derivada de la legislación laboral vigente en el país, cumpliendo jornadas que sobrepasaban las ocho horas diarias y recibiendo con frecuencia su retribución en vales (Kindgard, 2019a, p. 37).

Ya para 1944, durante el gobierno militar de Edelmiro Farrel, un contrato entre la Secretaría de Trabajo y Previsión y las firmas azucareras dio origen al Decreto 10.644 del Ejecutivo Nacional, destinado a la mejora integral de las condiciones de trabajo y vida de los zafreros (Kindgard, 2014, p. 178).

En febrero de ese año, los obreros de Mina El Aguilar iniciaban una huelga solicitando aumentos salariales y facilidades para organizar un sindicato, lo que se concretó mediante la intervención del delegado regional de Trabajo y Previsión. A esto se sumaban los controles oficiales sobre el cumplimiento de las leyes laborales y las actividades de los conchabadores de braceros para la zafra de los ingenios (Fleitas y Kindgard, 2006, p. 209).

Con el nacimiento de la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera a principios de 1944, en Jujuy, la Secretaría de Trabajo y Previsión cumpliría, a través de la delegación regional, un importante papel en la organización de los obreros del azúcar. A fines de 1945, cada ingenio contaba con su correspondiente sindicato: la Unión de Obreros del Ingenio Ledesma, el Centro de Obreros Unidos del Ingenio La Esperanza, la Unión de Obreros del Ingenio Río Grande y el Sindicato de Obreros Unidos del Ingenio San Andrés. Más adelante, se constituiría la Federación Obrera Regional de la Industria Azucarera (FORIA), como institución “madre de los trabajadores jujeños y salteños” (Fleitas y Kindgard, 2006, p. 209).

Al decir de Juan Carlos Torre, con la ofensiva concertada de los partidos políticos y los intereses económicos contra Perón, “desaparecen los matices y es un orden político y social el que se unifica […] en el rechazo a las reformas que apuntan a ampliar la participación de los trabajadores” (2012, p. 186). Esto desencadenaría un primer momento huelguístico, iniciado en febrero de 1946, entre los obreros panaderos de la localidad de San Pedro. El rechazo al decreto del presidente Farrell del 20 de diciembre de 1945, creando el aguinaldo o sueldo anual complementario, implicó que, en la zona azucarera, el sindicato de La Esperanza ordenara la paralización total de las actividades tanto en la fábrica como en los surcos. Las exigencias planteadas a la compañía incluían el pago del aguinaldo y un aumento salarial del 25%. Pocos días después, la huelga se extendió al ingenio Ledesma. A los cortes de teléfono, energía eléctrica y agua corriente, seguiría el bloqueo a los domicilios del personal jerárquico de la empresa (Fleitas y Kindgard, 2006, p. 209).

El cierre del conflicto, con el triunfo de los trabajadores, constituiría a la región azucarera jujeña en un baluarte del Partido Laborista para los comicios de febrero de 1946. Sin embargo, aquí también anida la hipótesis que planteamos en este artículo, siguiendo a Gutiérrez (2014, p. 8): el avance sindical impugnó la autoridad empresarial en los ingenios, pero también interpeló al gobierno peronista, que se vio obligado a contener los desbordes de la ofensiva obrera y precisar los sentidos de los límites que él mismo había coadyuvado a subvertir.

La huelga de 1949 y el “descabezamiento” sindical

Gramsci afirma que al concepto de “revolución pasiva” se le puede aplicar el criterio interpretativo de modificaciones moleculares que en la realidad alteran progresivamente la composición de fuerzas anterior, y por lo tanto devienen matriz para nuevas modificaciones (2023, p. 235). Si pensamos el peronismo en tanto expresión de una crisis política iniciada en 1943, supuso para 1946, con este en el poder, el cuestionamiento de todo un conjunto de supuestos concernientes a las relaciones sociales, trastocando “el orden natural de las cosas” y “el sentido de los límites” (James, 2013, p. 46).

Estas fronteras que se desvanecían son las que marcan el ciclo, siguiendo a Gutiérrez (2014, p. 3), que se extiende desde 1944, con la fundación de la Federación Obrera del Azúcar, hasta 1949, en que la federación fue intervenida en razón de la negativa a poner fin a su medida.

Lo que aquí queremos puntualizar es un análisis que entrecruce la dinámica del conflicto visto desde la prensa como interlocutora, con las propias miradas de la patronal azucarera, específicamente La Esperanza. Esto nos permitirá reconstruir una coyuntura que no ha sido estudiada en su especificidad para el caso de Jujuy, aunque Kindgard (2019a) ha realizado una pormenorizada caracterización del contexto 1948-1949 del peronismo provincial.

El inicio de la crisis económica a fines de 1948 y la polarización de los posicionamientos políticos a partir de la reforma constitucional de marzo de 1949 abrieron una nueva coyuntura. En ese marco, el Poder Ejecutivo se propuso consolidar aún más su vínculo con la clase obrera, ya que esta era su principal fuerza de apoyo (Contreras, 2018, p. 91).

Durante el segundo semestre de 1948 se presentaron los primeros síntomas de las modificaciones operadas en los mercados internacionales de materia prima y alimentos. Lo central de este proceso fue que la aparición de saldos negativos en la balanza comercial jaqueó el sistema de transferencia de ingresos del sector rural al urbano, que el gobierno había impulsado de manera exitosa. Para resolver el dilema, la medida más simple consistía en desencadenar un ajuste recesivo a través de la devaluación de la moneda nacional. El alza del tipo de cambio se transmitía de ese modo a los precios, alentando a los productores rurales y deprimiendo el salario real, al igual que el consumo (Rougier, 2012, p. 112).

Los cambios en la coyuntura no eran ajenos a las representaciones de la prensa periódica en Jujuy, que ante la situación inflacionaria esgrimía: “la política social se consolida con el ahorro”. Esto se leía en el primer semestre de 1949, y llamaban a los trabajadores a “ahorrar el aguinaldo”, siendo una condición para “consolidar la política social de Perón”.11

En el mundo azucarero, el precio de venta del azúcar no había evolucionado en igual medida que los costos, y el Estado nacional debió recurrir a una política de compensaciones, subsidiando a los ingenios de menor productividad. Se estimaba que, entre 1946 y 1948, los costos de producción se habían incrementado. Sin embargo, el Fondo Especial de Compensación y Asistencia Social beneficiaría solo a los ingenios tucumanos (Bravo y Bustelo, 2018).

Esta coyuntura prontamente afectó al sector azucarero jujeño. Si en 1946 el jornal de un trabajador de ingenio se equiparaba al de un obrero minero y casi duplicaba el salario del obrero estatal, desde 1947 aquel había empezado a quedar notoriamente rezagado (Kindgard, 2019a, p. 52). Si bien excede a los objetivos de este artículo analizar la evolución del salario real del peón azucarero, en enero de 1949 el gobierno nacional emitía un decreto eliminando los subsidios estatales a la industria azucarera y días después anunciaba un aumento salarial del 18%, que resultó muy inferior a las aspiraciones de la FOTIA. El 14 de octubre, la federación obrera tucumana llamaba a la huelga por tiempo indeterminado, siendo la decisión secundada de inmediato por los ingenios Ledesma, Río Grande y La Merced (ex ingenio San Andrés) en Jujuy (Kindgard, 2019a, p. 55).

En este contexto, queremos remarcar algunos hitos. Aunque el momento más álgido de la protesta se produciría en octubre de 1949, a través de las prácticas de clase, podemos captar la acumulación de experiencias como proceso histórico concreto que conformó el accionar de los sujetos históricos en tanto clase subalterna.

Ya para febrero de 1949, el gobernador Alberto Iturbe concretaba la firma de un acuerdo, mediado por la Secretaría de Trabajo y Previsión, entre el Ingenio Ledesma, representado por el administrador Esteban Rivetti, y el Sindicato Unión Obreros del Ingenio Ledesma, presidido por Manuel Barros. El mismo otorgaba una tregua de 10 días en el cual el sindicato levantaría el estado de huelga, “volviendo al trabajo habitual y normal”, mientras que la patronal se comprometía a “establecer un horario uniforme de ocho (8) horas de trabajo efectivo para todos los obreros del cerco hasta tanto sea resuelto este problema”.12

Esta situación logró contenerse con la intermediación de Eva Perón, tal como destacaba el diario La Opinión:

En el despacho de la señora María Eva Duarte de Perón […] anunció ayer que se había firmado el decreto por el cual se conceden mejoras a los trabajadores de la industria azucarera de las provincias de Tucumán y Salta, dándole así solución al conflicto que mantenían con las empresas.13

Coincidiendo con el recambio, en enero de 1949, del equipo económico conducido por Miguel Miranda y la reorganización ministerial, podía advertirse en el discurso oficial el énfasis puesto en la moderación del consumo y la importancia del ahorro en la economía familiar (Kindgard, 2019a, p. 54). Esto sin dudas significó un quiebre con la etapa de “apertura” que el peronismo había introducido en el consumo popular, ya que, como afirma Milanesio (2020, p. 220), tanto para los migrantes recién llegados a las ciudades como para aquellos que, relegados a sus márgenes, habían vivido allí toda su vida, el acceso a la zona céntrica y sus atracciones fue una experiencia valorada como un descubrimiento.

Todos estos elementos son los que consideramos que irían modificando molecularmente la disputa política y social, produciendo la apertura de la “revolución pasiva”. Al mes siguiente, en marzo de 1949, se produciría un nuevo paro en el Ingenio San Andrés. Las alusiones de la prensa fueron bastante escuetas, podríamos decir que pasó prácticamente desapercibido: el oficialista Diario Jujuy anoticiaba: “El Sindicato de Obreros Unidos de esta localidad decretó un paro general, adhiriéndose así a la huelga que los obreros del azúcar decretaron en Tucumán”.14 Esta última provincia, que marcaría el epicentro de la huelga, desde julio de 1948 venía reclamando por un sensible aumento salarial, demanda que al año siguiente se conjugó con una mala cosecha, masivos despidos obreros e insatisfactorias respuestas oficiales (Gutiérrez, Lichtmajer y Santos Lepera, 2019, p. 41).

Por otro lado, aunque las fuentes no detallan las características particulares del hecho, se sucedían algunos episodios que podrían estar dando cuenta de una acumulación de tensiones, como lo acaecido en el Ingenio Ledesma en el mes de marzo de 1949:

Habiéndose denunciado Delegado ese Sindicato en lote San Antonio, Juan Solís, impide trabajo en reparación toma y defensa Río San Lorenzo lo que provocaría privación de agua planta industrial y por consiguiente turbo hidroeléctrico indispensable.15

No tenemos la seguridad de si el corte de suministro formaba parte de un hecho fortuito individual, o si por el contrario era parte de las prácticas cotidianas de resistencia. Lo cierto es que el primer semestre de 1949 ya evidenciaba una acumulación de tensiones sociales, que harían eclosión en su plena expresión durante el mes de octubre.

Ahora bien, para que la pasividad del movimiento fuera el resultado de este proceso de lucha, la idea de una clase trabajadora como fuerza social y política dentro de la sociedad nacional, en tanto creación del peronismo (James, 2013, p. 56), debe ser matizada. Tal como ha referido Contreras (2018, p. 131) en relación a los trabajadores frigoríficos, dentro de la fuerza social peronista puede distinguirse una proyección “obrera”, de corte sindical, política e ideológica, de ciertos trabajadores que accionaban para que el peronismo adquiriera, mantuviese o profundizara, un programa de carácter obrero.

Estas tensiones podían visualizarse al interior del Ingenio La Esperanza. Para el mes de mayo, un comunicado del sindicato aseguraba:

La Comisión directiva del Sindicato se cree en el deber de dirigir este manifiesto a todos los socios del mismo, para hacerles presente el grave peligro que significa para el gremio, la propaganda nociva y disolvente que ciertos elementos ajenos al mismo están realizando entre todos nuestros compañeros y afiliados de un tiempo a esta parte, en procura de quebrar nuestra ya tradicional unidad…16

Este tipo de quiebres también se expresarían incluso un mes antes de declarada la huelga general, cuando Plácido López, secretario general del mismo sindicato, dirigía una nota a Eva Perón “denunciando con hechos concretos la labor que realizan en ese ingenio conocidos agitadores”. Se tornaría más visible al sugerirse en la misma el desconocimiento de la central obrera tucumana, con su regional Jujuy, de la FOTIA.17

La fractura del movimiento obrero comenzaba a hacerse evidente en el mes de septiembre, y tendría repercusiones al momento de declararse la huelga general. El 14 de octubre la FOTIA realizó el llamado, y hacia el 20 del mismo mes ya se habían plegado casi todos los ingenios del país, 37 en total, los cuales incluían además de los tucumanos a los ingenios de Jujuy, Salta y Santa Fe (Piliponsky, 2014, p. 142). Como mencionamos al iniciar la narración del desarrollo de esta huelga, se plegaron los ingenios Ledesma, Río Grande y La Merced (ex San Andrés), pero no así La Esperanza. Algunos elementos pueden extraerse del comunicado del Sindicato Obrero del Azúcar, por medio de su Secretario General, Alberto Cirilo López:

Como es de nuestro deber hacer notar a nuestros afiliados que desconocen algunas de las artimañas de los contrarios al sano sindicalismo, y de que no deben abogarse un derecho que nadie les ha conferido en representar como se lo dieron los nombrados en el diario precitado, quienes fueron a afiliar a un supuesto sindicato que lleva de título de “Unión de Obreros”. Cabe hacer notar, que anteriormente esos mismos llamados dirigentes solían tener un sindicato de nombre “Centro de Orientación Jurídica” habiéndole fracasado el nombre para la caza de incautos y con el actual mucho menos…

El único organismo gremial que agrupa a obreros del Ingenio La Esperanza, que tiene reconocimiento del actual Ministerio de Trabajo y Previsión, se llama “Sindicato Obreros del Azúcar”.18

A mediados de 1949, ya era evidente la existencia de dos tendencias en el sindicato azucarero de La Esperanza: una reformista alineada con el gobierno nacional, y otra “en tensión” o más proclive al corrimiento de los límites, o también más permeada por la estrategia de imponer un carácter más “obrero” al programa peronista. Situación similar podemos detectar en el otro ingenio que sí se plegó a la huelga, el Río Grande:

Compañeros: Es triste que todavía siga perjudicando a los obreros y a nuestras familias el “corbata roja” HIDALGO REARTE. Hasta cuando lo vamos a aguantar, compañeros, ya es una vergüenza lo que nos hace este hombre, que nos maltrata, nos hace golpear y nos explota como seríamos mujeres de él.

Nosotros conocemos bien a este falso que se ha hecho dirigente obrero con la prepotencia y con un grupito de otros matones que ninguno ha sabido trabajar nunca con honradez y que solo saben sacarnos los pocos pesos que ganamos y en gastar en viajes a Buenos Aires y Tucumán y en chupar vino del bueno y comer mucho pollo todos los días que nosotros nos jodamos.19

El mencionado Hidalgo Rearte sería denunciado por el propio Perón como “agitador trostkista en la provincia de Jujuy” (Perón, 2016, p. 333), junto al letrado socialista, Esteban Rey, terminando este último recluido en el penal de Devoto en Buenos Aires (Kindgard, 2024).

Sin embargo, a pesar de estas tensiones en la dirección obrera, desde la patronal azucarera la situación era evaluada como preocupante, tal como se desprende de las comunicaciones del Ingenio La Esperanza con su directorio en Buenos Aires:

Inmediatamente nos pusimos en campaña para satisfacer vuestro pedido y, antes de finalizar la tarde del viernes ppdo., conseguimos hacer llegar al Sr. Director General del Ministerio del Interior nuestras expresiones verbales sobre la situación de alarma imperante en el ingenio, y de la necesidad urgente de asegurar el orden y garantías en general […] Al día siguiente, sábado 3, obtuvimos una entrevista con un alto Jefe del Comando de la Gendarmería Nacional, a quien se le expuso la situación ya detallada, y rogando a la vez se tomaran los recaudos del caso.20

La carta evidencia el punto álgido que había tomado el conflicto y repetía una práctica que ya se había desenvuelto en huelgas anteriores: la intervención de la gendarmería como una constante para controlar el desarrollo de las huelgas obreras. Según registros del Ministerio del Interior, la misma había sido convocada en el Ingenio Ledesma en 1947 y 1948, mientras que en La Esperanza se registró su accionar en el citado mes de septiembre de 1949 (Sartelli y Kabat, 2017, p. 15).

El desenlace fue la declaración de la ilegalidad de la huelga, la FOTIA fue intervenida y varios dirigentes terminaron detenidos, poniéndose fin al movimiento el 29 de noviembre. Días después, los trabajadores de los ingenios jujeños fueron convocados por el gobierno para conocer por radio, mediante el discurso de Perón, la solución que “el líder daría al problema azucarero”. Junto al aumento del 60% en sus salarios, “escucharon las invectivas del líder contra los falsos dirigentes y traidores de la clase trabajadora, que pretendieron confundirla, lanzándose –se decía– a una huelga inconsulta” (Kindgard, 2019a, p. 56).

Estos elementos nos permiten sintetizar entonces por qué afirmamos “el descabezamiento de la conducción sindical”: el resultado de la huelga fue una modificación molecular de las relaciones de fuerza, inhabilitando o eliminando la disidencia gremial más vinculada al “programa obrero”. En primer lugar, esto tuvo eco en el Ingenio La Esperanza, donde el secretario general, Plácido López, denunció abiertamente en la prensa la existencia “de propaganda nociva y disolvente” en el mes de mayo de 1949. En julio, se volvió a advertir sobre la presencia de un sindicato paralelo, denominado “Unión de Obreros”, que habría sido contrario a la “representación legítima” que se atribuía el sector de López. La misma situación se repitió en el Ingenio Río Grande, en donde Hidalgo Rearte fue observado como “corbata roja” por la dirección sindical, y más tarde acusado por el propio Perón como “agitador trostkista”.

Ahora, el proceso de revolución pasiva no podría completarse sin considerar el accionar patronal. A nivel material, el directorio del Ingenio La Esperanza daba cuenta de una serie de pérdidas, como el derrame de 500 mil litros de jugo, 90 mil litros de melado (que representaban el 40% de la producción) y 90 mil litros de jarabe (el 20% del stock).21

La revancha empresarial no se hizo esperar. En el mes de diciembre “la dirección del Ingenio La Esperanza ha remitido circulares a numerosos obreros por las que se comunica que han sido declarados cesantes con fecha 3 del corriente”. La medida involucraba a 40 obreros y estaban vinculados al movimiento huelguístico. Las cesantías fueron inmediatas, debiendo desocupar las casas que habitaban y retirarse de la jurisdicción del ingenio.22

Para mayo de 1950, los telegramas de despido continuaron: “Por iguales razones deberá usted proceder a desocupar hasta el día 5 de diciembre en curso, la casa que ocupa y retirarse de la jurisdicción de este ingenio, para lo cual la compañía le facilitará medio de transporte hasta la localidad de San Pedro (Jujuy)”.23 En comunicación interna del directorio de La Esperanza, su poder de lobby demostrado durante la contienda era elocuente:

Habiendo sido logrado el objetivo político de desacreditar a la organización FOTIA de sindicatos por medio de la Confederación General del Trabajo, apoyada oficialmente, el Presidente de la República ha difundido ahora la promesa a los trabajadores azucareros de un incremento promedio del 60% en cuotas, retroactivas al mes de julio.24

Un estudio minucioso de otras estrategias diagramadas por la empresa requeriría de un estudio particular. Sin embargo, estos aspectos permiten ver que la solución al conflicto, si bien finalizó con el aumento salarial, también produjo una imposición de límites que el peronismo había trastocado. En cuanto al “descabezamiento sindical”, esto se expresó no solo en la ya referida intervención de la FOTIA y la declaración de la ilegalidad de la huelga, sino también en la división de los obreros. Tal como expresaba el diario La Opinión, “ayer se registraron algunos incidentes entre empleados y obreros que desean volver al trabajo y los que son contrarios a la reanudación de las actividades”.25

Como afirma Kindgard (2019a, p. 57), junto a las consignas de productividad en el trabajo y austeridad en el consumo, “se hizo evidente el giro discursivo del gobierno que asociaba huelgas a ingratitud y negligencia obrera”.

Conclusiones

El recorrido ha pretendido situar la gran huelga azucarera de 1949 en la provincia de Jujuy en el marco de una tradición de lucha preexistente al primer peronismo, tradición que, nutrida de huelgas y manifestaciones de resistencia ya desde la década de 1920, conformarían un repositorio de prácticas de clase que serían llevadas a un punto de tensión durante la coyuntura de crisis.

Revisitando una tradicional afirmación acerca de la pasividad de los trabajadores azucareros, pudimos ver que la violencia y la resistencia no fueron ajenas a la huelga de 1923, que tuvo como epicentro al complejo de Ledesma. A pesar de que la organización sindical no había alcanzado niveles de organicidad como sí lo haría ya durante la primera década peronista, esto no significó que la actuación de los obreros no revistiera prácticas que los enfrentaron al capital azucarero en tanto acumulación de experiencias de lucha.

La década de 1930, sin embargo, marcaría un reflujo del movimiento obrero ante la represión desatada en el país. Aunque se tuvo la sospecha de organización de huelgas en el ingenio Ledesma, las mismas no acontecieron. Por el contrario, los directivos azucareros evaluaron la posibilidad de contener la escalada salarial que se había experimentado a finales de la década de 1920, buscando unificar criterios entre los tres principales emporios agroindustriales de la provincia.

Si, al decir de Poulantzas (2016), las clases solo existen como dimensión histórica y pueden captarse a través de sus prácticas, la irrupción del peronismo las impulsaría, al trastocar los tradicionales mecanismos de compulsión sobre la mano de obra, y, según James, constituir a la clase obrera como fuerza nacional coherente (2013). La huelga de 1946 por la efectivización del aguinaldo, y su triunfo, marcarían la irrupción del “poder obrero” y un corrimiento del sentido de los límites, que el propio peronismo impulsó durante su etapa de ascenso.

El golpe de 1943 y el inicio del accionar de la Secretaría de Trabajo y Previsión contribuyeron a que prosperaran, dentro de esa fuerza nacional, tendencias más vinculadas a un “peronismo obrero”, que en Jujuy se expresó en la disputa por la dirección sindical de los trabajadores del azúcar. Para 1949, existían claramente dos tendencias, que en este trabajo hemos podido reconstruir para los ingenios La Esperanza y Río Grande: la dirigida por Plácido López primero y luego por Alberto Cirilo López, que respondían al régimen peronista; y la de Hidalgo Rearte, que, junto a Esteban Rey, eran señalados como “agitadores trostkistas”, lo cual da cuenta de una tendencia de izquierda en tensión por la dirección de los trabajadores.

Hemos sostenido que este proceso fue sorteado por el gobierno peronista a partir de la apertura de un proceso de “revolución pasiva”, que alteró la composición de fuerzas, operando contra el sector más radicalizado del sindicalismo y menos dispuesto a aceptar los “límites” que Perón ofrecía a la clase trabajadora. La misma se completó con una ofensiva empresarial, que operó bajo dos lógicas: la cesantía inmediata de los obreros involucrados en la huelga para el mes de diciembre de 1949 y las expulsiones y despidos durante 1950 de aquellos que se consideraban sospechados de haber tenido actividad política durante la coyuntura crítica.

El cambio de contexto, sumado a la caída del peronismo, es una materia aún pendiente de estudio, pero los registros nos muestran que, al menos en La Esperanza, habría que esperar a 1959 para que una acción obrera tuviera nuevamente lugar. Sin embargo, esto formará parte de futuras investigaciones.

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6. Archivo Documental del Ingenio La Esperanza, Caja de reclamos y huelgas obreras (1924-1962), Ingenio Ledesma, 23 de junio de 1930.

7. Archivo Documental del Ingenio La Esperanza, Caja de reclamos y huelgas obreras (1924-1962), Ingenio Ledesma, 23 de junio de 1930.

8. Archivo Documental del Ingenio La Esperanza, Caja de reclamos y huelgas obreras (1924-1962), San Pedro de Jujuy, Carta al Administrador Arrieta, 31 de mayo de 1930.

9. Ibídem.

10. Archivo Documental del Ingenio La Esperanza, Caja de reclamos y huelgas obreras (1924-1962), Ledesma, 30 de mayo de 1930.

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18. HBPJ, “Aclara su situación el sindicato de La Esperanza”, Diario Jujuy, jueves 14 de julio de 1949.

19. Archivo Documental del Ingenio La Esperanza, Caja de reclamos y huelgas obreras (1924-1962): Comité de Obreros de La Mendieta y lotes, “A los trabajadores del Ingenio Río Grande”.

20. Archivo Documental del Ingenio La Esperanza, Caja de reclamos y huelgas obreras (1924-1962), La Esperanza, 5 de septiembre de 1949.

21. Archivo Documental del Ingenio La Esperanza, Caja de reclamos y huelgas obreras (1924-1962), Buenos Aires, 16 de junio de 1950.

22. Archivo Documental del Ingenio La Esperanza, Caja de reclamos y huelgas obreras (1924-1962): “El Ingenio La Esperanza de Jujuy ha despedido a cuarenta de sus obreros “, La Capital, Rosario, 8 de diciembre de 1949.

23. Archivo Documental del Ingenio La Esperanza, Caja de reclamos y huelgas obreras (1924-1962), La Gaceta, 24 de mayo de 1950.

24. Archivo Documental del Ingenio La Esperanza, Caja de reclamos y huelgas obreras (1924-1962), La Esperanza, 9 de diciembre de 1949.

25. HBPJ, “Fue declarada ilegal la personería gremial de la FOTIA y quedó sin efecto la inscripción de la FEIA”, La Opinión, jueves 27 de octubre de 1949.