Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, nº 26
septiembre 2025 - febrero 2026
ISSN 2313-9749
Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas

Dirigencias femeninas y feminismoen el socialismo argentino (1902-1955)


Carlos M. Herrera

CY Cergy Paris Université
París, Francia
Carlos.Herrera@cyu.fr
ORCID 0000-0002-7002-6121

Título: Female Leadership and Feminism in Argentine Socialism (1902-1955)

Resumen: Este artículo se propone analizar las dirigencias femeninas que surgieron en el Partido socialista a partir del cruce de tres ejes: evolución de las instancias partidarias, la mutación de consignas y programa y las vicisitudes socio-personales de las protagonistas. El artículo defiende la tesis de un cambio importante a partir de 1945.

Palabras clave: Socialismo – Derechos – Feminismo – Peronismo

Abstract: This article aims to analyze the female leadership that emerged in the Socialist Party from the intersection of three axes: evolution of the party instances, the mutation of slogans and program and the socio-personal vicissitudes of the protagonists. The article defends the thesis of an important change after 1945.

Keywords: Socialist Party – Rights – Feminism – Peronism

Recepción: 6 de agosto de 2025. Aceptación: 28 de septiembre de 2025.

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La cuestión femenina fue un problema central en la acción del Partido Socialista (PS), prácticamente desde los albores de su organización, y dio lugar no solo a un conjunto de reivindicaciones propias sino también a estructuras partidarias específicas para atenderlas, aun cuando la participación política de las mujeres estuviera cercenada en el orden legal.

La bibliografía sobre la temática general fue ganando estos últimos años en volumen.1 Pero desde los estudios pioneros sobre Alicia Moreau, el ángulo priorizado fue a menudo biográfico, y en clave individual más que colectiva, sin duda porque esa presencia revistió visos de excepcionalidad en la clase política.

Se trata, desde un punto de vista historiográfico, de un objeto complejo, que toca tanto a las consignas que se irán ampliando hasta delinear un feminismo socialista como a la organización interna de sus afiliadas –sin olvidar que el proceso se inscribe en el decurso más general del PS con sus tintes propios–. Revelar cómo los perfiles de esta otra dirigencia se irán alternando permite, acaso, hallar un ángulo privilegiado para entender tanto la ampliación de consignas como la evolución de las formas organizativas. Intentaremos pues cruzar aquí tres ejes: la evolución de las instancias partidarias, la mutación de consignas y programa y las vicisitudes socio-personales.

Para determinar el tipo de protagonismo político que expresaron las mujeres socialistas se necesita reconstruir en una temporalidad más larga la estructuración del liderazgo femenino en el PS, hasta su división en 1958. En esa historia, conviene sobre todo detenerse en un momento clave, que podemos presentar como un giro hacia 1945.

La emergencia de un perfil político

La atención de las consignas femeninas generó muy rápidamente una forma específica de intervención en manos de sus propias protagonistas. Ese primigenio feminismo nace con el llamado Centro Socialista Femenino, fundado en abril de 1902.2 El hecho de que por algún desliz se llegara a hablar de un “Partido Socialista Femenino” en el periódico partidario da cuenta de su trascendencia en la vida interna. Una importancia que se replicaba, además, en el plano sindical, con la Unión Gremial Femenina, creada en 1904, que tenía como principal eje reivindicativo la reglamentación del trabajo de mujeres y niños, fomentando además la organización de sindicatos. Aunque aquí la interpelación de la mujer no alcanzará nunca la intensidad que tendrá en la tercera esfera de acción socialista, el cooperativismo.

Se ha señalado cierta tensión entre el feminismo propiamente dicho y el socialismo: las socialistas tenderían a englobar la lucha por la mujer dentro del problema mayor de la explotación del trabajo, mientras que las corrientes feministas ya presentaban la cuestión política a partir de la especificidad de su condición (Raiter, 2004). La idea de “derechos” facilitará la conjunción entre ambas dimensiones, aunque la autonomía de los derechos civiles y políticos en el programa socialista solo emergerá con la “presión” del dinamismo de las organizaciones políticas feministas –el originario programa mínimo ya había incorporado una consigna “transclases” como el divorcio–.

Entre las dirigentes de esa década inicial descollaba Gabriela Laperrière de Coni, quien, afiliada al PS en 1902, se convierte en la primera mujer en integrar el Comité Ejecutivo Nacional en octubre de 1904 (su ingreso se inscribe en el avance de una disidencia que estallará poco después). La otra gran figura de la agrupación era Fenia Chertkoff, que contaba, amén de su vocación militante y su capacidad organizativa, con otras credenciales que apuntalaban su organicidad: era la esposa de Nicolás Repetto y ese lazo familiar se afianzaba con la participación de sus hermanas Mariana y Adela, casadas con otras dos figuras centrales del PS en ese tiempo, Juan B. Justo y Adolfo Dickmann respectivamente. Entre las activistas confirmadas encontramos a Justa Burgos Meyer, cofundadora de la Federación bonaerense en 1902. También se destacarán algunas militantes más jóvenes (nacidas hacia los años 1880), como Raquel Camaña o Carolina Muzilli, a los que se suman Teresa Mauli, Cecilia de Baldovino, Raquel Messina y en particular Juana María Begino, que integrará posteriormente el CEN y cuyo compromiso partidario llega hasta los 20.

Aunque este grupo tenía un activismo propio puertas adentro (por ejemplo, con la organización de actos pero también recreos infantiles, etc.), la militancia feminista presentaba ya entonces una fuerte impronta transversal, en diapasón con el tipo de intervención que propugnaba el PS. Muchas de estas mujeres participaban en redes nacionales o internacionales, asistían a congresos, dirigían órganos más amplios como “Tribuna feminista”, etc. Al mismo tiempo la necesidad de recortar la especificidad del feminismo dentro de la lucha por el socialismo aparece muy claramente. R. Messina, en un temprano texto, comenzaba recordando “la necesidad y el deber ineludible que tiene la mujer de organizarse en asociaciones que tiendan a mejorar su condición de oprimida y explotada”, acentuando que la liberación dependía de su propia acción. “La emancipación de la mujer debe ser obra de ella misma”. Sin embargo, en su definición del feminismo, la indiferenciación de sus actores era también un dato relevante. Lo presentaba, en efecto, como “la asociación universal de personas y de ideas que se propone elevar a la mujer a la mayor perfección posible”, una lucha contra la injusticia de las leyes que la privan de la igualdad social con el hombre. Con el optimismo que la corriente tributaba a la civilización y al progreso, Messina estimaba que la idea de inferioridad intelectual de la mujer se había disipado. Pero quedaba en pie un combate crucial contra la indiferencia, que interpelaba a las mujeres; eran ellas las que debían activar, por la “persuasión, el convencimiento”, la liberación de la condición secundaria en la que se encontraban.3

Se podía trazar ya una diferencia entre aquellas dirigentes que expresaban cierta autonomía en su trabajo político en el PS, como Laperrière de Coni o Muzilli, muy ligadas al mundo del trabajo, y que se colocaban a la izquierda del arco partidario. No por nada ambas dejarán sus filas: la primera, convertida en una de las cabezas dirigentes de los sindicalistas que se retiran en 1906; la segunda, en 1915, para integrar el nuevo socialismo que con el aditamento “Argentino” buscaba estructurarse en torno a Alfredo Palacios.4 En los otros casos, la cercanía familiar con los varones que dirigían el PS era determinante para adquirir un mayor peso interno, tanto por el vínculo matrimonial que tocaba a las hermanas Chertkoff (al que se podrá agregar más tarde Leticia Justo de Dickmann), o el vínculo fraterno, como Sara Justo. La calidad de esposas, hermanas o hijas de los principales líderes parecía ser un criterio extendido entre las dirigentes socialistas como T. Mauli, J. Burgos, etc. Era también una manera de entregar el avance de un frente organizativo a mujeres que gozaban de la confianza de la conducción. Esa cercanía familiar o sentimental con dirigentes varones las ponía, además, a salvo de críticas sexistas.5 Por lo demás, la fuerza no podía escapar a la lógica de dominación masculina: en esos años la “más alta función” de la mujer se situaba, para Muzilli, en torno a la maternidad, y el pensamiento era “viril” como decía Moreau, aunque la bondad y la dulzura de la mujer lo templaban… Lo primero era la educación de los hombres, según Begino, para que se despojen de toda idea de superioridad.

La segunda mitad de los años 1910, con el salto organizativo del feminismo en la escena política nacional, verá también reflejado su impacto en el PS, y deja entrever un segundo momento de ese perfil dirigencial. En ese tiempo que ve el surgimiento del Partido Feminista Nacional (1919) y “ensayos” de sufragio durante los comicios a partir de 1920,6 el PS Argentino de Palacios llevará una candidata en su lista de diputados por la Capital Federal, con la inserción “simbólica” de Alcira Riglos de Berón de Astrada, tercera en la boleta tras el jefe partidario y Alejandro Mantecón, en las elecciones del 4 de marzo de 1920, obteniendo 2.716 votos (Herrera, 2018). Por entonces, la plataforma socialista para la elección presidencial de 1922 recoge como anteúltimo punto la consigna “derechos civiles y políticos para la mujer”. Poco después, se incorpora el reclamo de sufragio “para ambos sexos” en el nuevo Programa mínimo, adoptado en 1925. Simultáneamente, el carácter obrero de muchas de esas dirigentes comienza a ser menos importante, privilegiando otros perfiles, que se ven como más específicos de la “feminidad” o de la actividad política como profesión (ligada a cierta independencia económica).

En 1921 se produce otro hecho significativo: la adhesión al PS de Alicia Moreau, ya muy ligada tanto al feminismo político desde los tiempos del “Comité pro sufragio femenino”, como al universo socialista, en torno a las empresas culturales de Enrique del Valle Iberlucea.7 Aportaba no solo la experiencia de tres lustros de congresos y publicaciones, sino una visión del feminismo que lograba autonomía como movimiento político, pero también social y económico, al ser visto como la emancipación total de la mujer en la familia y la sociedad, como rezaba el programa de la Unión Feminista Nacional, creada en 1918 y que por entonces presidía, sin confundirlo, empero, con acciones aisladas, sino inscriptas en la lucha por mayor justicia. El lugar de Moreau en el seno del PS alcanzaría con el correr de los años mayor trascendencia, en particular después de la muerte de su pareja, Juan B. Justo, quien se había convertido en el líder indiscutido del partido. Moreau acentuaba en su persona algunas características propias de las lideresas del movimiento feminista, como la realización de estudios universitarios (en torno a los cuidados prevalentemente) o la libertad de las conductas, en el plano de la moral sexual de la época. Aparte de recibirse de médica y ejercer su profesión en la especialidad ginecológica, Moreau había sido la amante de E. del Valle Iberlucea y su posterior unión con el austero Justo, en 1922, habría causado resquemores dentro del PS. Sin duda, su estatuto de “viuda de” quien era promovido ahora como “el fundador” del Partido potenciará sus medios para ejercer un papel protagónico, pasando a integrar el CEN en 1931.8 En esas coordenadas en términos de formación académica y libertad ante el contrato sexual, se podrían situar a otras dirigentes, ya que ambos aspectos se encuentran ligados: la posibilidad de ganarse la vida ejerciendo como profesionales facilitaba la independencia a la hora de vivir maritalmente, y por supuesto consagrarse a la militancia.

La eclosión de un nuevo espacio

Los años 1930 darán un nuevo impulso organizativo a sus reivindicaciones, y verán el surgimiento de un liderazgo más integral de las mujeres en el PS. Hasta entonces, se surgía a partir de una competencia específica en ciertos campos considerados femeninos per se. Estos no habían variado: eran en la pedagogía y la educación en general (donde se inscriben referentes como María Luisa Berrondo o Leonilda Barrancos), y los cuidados, cuya expresión máxima era el ejercicio de la medicina. Otra veta era la sensibilidad que expresaban las artes, más marcada ahora en el campo de las letras (como Herminia Brumana o Josefina Marpons, afiliada al PS en 1928).9 Pero dejaban de restringir el campo de intervención, fraguando una visión más integral de la acción política de la mujer.10 Desde luego, tanto el feminismo jurídico como el sufragismo seguían puntuando las reivindicaciones políticas centrales.11 Pero esta dirección obtiene un nuevo estatuto, donde ellas ya no son solo voceras de su propia causa, sino también del ideario socialista. Incluso, aparece un relato específico de la propia historia de las mujeres socialistas, enmarcado en la trilogía Gabriela, Carolina y Fenia (desaparecida en 1928).12 Los elementos de continuidad que suponía una tradición reforzaban el hecho de que hacia la segunda mitad de los años 1930 despuntaba un nuevo ideario feminista no solo referido a los derechos políticos o al tradicional maternalismo en el campo de la protección de las trabajadoras.

Por lo pronto, el voto era puesto claramente, como lo expresaba Moreau, como medio, y no un fin que realizase la emancipación de la mujer.13 Ella lo necesitaba para defender sus derechos como productora y consumidora, pero entendido en una lógica de igualación de derechos, es decir una “emancipación humana integral”. Con su llamado a las mujeres, el socialismo no pretendía solo potenciar la lucha por el sufragio sino lograr un mundo liberado “del error y de la violencia”, es decir, “basado en el derecho que iguale todos los seres humanos”. El maternalismo aparece mezclado con otros elementos cuando se les pide que “por su capacidad, por su energía, por una decidida e inteligente acción política sepan preparar a sus hijos un porvenir más libre, más sano, en el que puedan continuar la obra constructiva que lleve a la justicia social”.14

A partir de 1933, el espacio cuenta con un cuidado órgano mensual: Vida Femenina. La revista de la mujer inteligente, que tendrá regularidad durante una década. No se trataba de una experiencia nueva, pero su organicidad expresaba el cambio de lugar y desde 1936 era incorporada como órgano de la agrupación socialista. Dirigida por M.L. Berrondo, servirá de escuela a una nueva camada de dirigentes (como Delia Etcheverry, otra docente ingresada al PS en 1934).15 Al celebrar el primer lustro de vida, su directora recordaba que la revista “lucha por la incorporación de la mujer a la vida integral”, pero abordaba todos los problemas de interés humano. Más aún, declaraba participar en la obra hermosa de “luchar de la dignificación del ser humano”.16 Pero la lucha de la mujer tenía tintes propios, que pasaban por abandonar el “eterno femenino” y formarse un intelecto “equilibrado y sereno”, ya que el saber era formador de conciencia, como lo aseveraba Berrondo un año antes. Así, prevenía a sus congéneres sobre el miraje de “vivir su vida”, instando a inscribir su emancipación en otra más grande.17 Esta línea se venía asentando aun en el seno de la problemática de género, como lo expresa una carta, simpáticamente crítica, de la misma Berrondo a Brumana, donde se buscaba afirmar el papel de la mujer más allá de la feminidad o de la belleza (aunque se tratase con ello de igualar al hombre en eso de “estar bien a toda edad”). Una vez más, el estudio también permite “hermosear” su vida.

Por cierto, la defensa de una especificidad femenil se fincaba siempre en su capacidad de amar.18 Moreau definía a la mujer moderna como aquella “que empieza a tener conciencia de sí misma”, “a creerse dueña de su destino”, en un contexto, como el argentino, donde la “mentalidad ganaderil” se extendía a la sexualidad. Su emancipación económica y social era precisamente el factor más importante para la “humanización del instinto sexual”, ya que cuando ella se bastaba a sí misma hacía pasar a segundo plano sus funciones sexuales, un punto en que prostitución y matrimonio confluían. Y ser libre de su destino generaba responsabilidad: por eso el trabajo era una vía a la obtención de sus derechos en una lógica de igualdad, jurídica pero también social, es decir, de oportunidades. Su juicio era terminante: la mujer moderna es la emancipada por el trabajo.19

La práctica que confiaba a los hombres trazar los alcances más generales de esa lucha no había desaparecido del todo. A mediados de los años 1930 en la prestigiosa Revista Socialista Nicolás Cuello buscaba “arrancar a la mujer de los prejuicios e incitarla a la lucha”.20 Y eran varones, como Joaquín Coca o Luis Ramiconi (que revistaban en el ala izquierda del Partido), quienes se hacían los portavoces en Vida Femenina de las reivindicaciones de las mujeres en el mundo del trabajo, cuando no se recurría a viejos textos de Muzilli.21

Las tensiones eran internas al discurso feminista del PS. Cuando en 1932 la editorial La Vanguardia lanza la colección del “Pequeño libro socialista”, el programado volumen sobre la mujer y el socialismo es escrito por Moreau, previa inversión del título… No es anodino, ya que son ellas las interpeladas, antes de definir a la sociedad por la desigualdad. “¡Ah!, si ellas dejaran sin recelo abierto el corazón al gran soplo de esperanza; si se dejaran llevar por la magnificencia del ideal, sentirían su vida transformarse y acrecentarse su personalidad”. Cierto, el socialismo “necesita la adhesión de las mujeres” y ellas, capaces de un esfuerzo generoso, lo pueden comprender y secundarlo.22 Un poco después, la misma Moreau, reivindicando siempre la igualdad de sufragio, afirmaba que se trataba de aplicar en materia de derechos políticos el “criterio del ama de casa, que quiere orden, limpieza y economía”, lo que llevará a una purificación de la acción.23 A veces se trataba simplemente de una estrategia para interesarlas en lo público, como cuando se aseguraba que la mujer debía ocuparse de los problemas políticos y sociales “para defender la salud de sus hijos”.

La preocupación de la hora hacía que se publicasen también las reflexiones de una dirigente inglesa, Marion Phillips, sobre Acción socialista femenina. Sin embargo, los avances en el plano organizativo interno no parecían determinantes. Para entonces, el PS se había dotado de una nueva instancia nacional, la Comisión Central de Propaganda Femenina, presidida por Moreau, que se agotaba en una acción propagandística en pos de la participación. La labor apuntaba a vencer los estereotipos de pasividad y subordinación, que eran causa de una acción deficiente. La militancia de las mujeres se canalizaba a través de agrupaciones socialistas femeninas adheridas a cada centro, cuyos nombres eran “Cecilia Grierson”, “Rosa Luxemburgo”, “Fuerza Nueva”, “Aurora Castro de Justo” u “Olimpia Gouges”. Si nos fiamos del informe del 33° Congreso Nacional del PS, de julio de 1940, estas actividades (que incluían a la niñez) daban un “carácter especial” al partido, y de “alto valor moral”, llamándose a intensificarlas.

Pero el cambio se medía en la autoridad que algunas de ellas, en particular Moreau, habían conseguido para tratar temas políticos generales (el movimiento obrero, la guerra mundial, etc.) y no tan solo a preocupaciones sensibles, maternales o domésticas ligadas a la educación, a los cuidados, a la economía familiar, etc. La prueba definitiva de ese giro vendrá un poco más tarde, cuando Moreau publique en 1946 un libro sobre el socialismo con alcance universal. Pero si por un lado “la doctora” tenía la capacidad reconocida para poder definir la razón de ser de su partido en términos teóricos, lo hacía a través del desarrollo meduloso de la definición literal que había dado su marido.24

Dos vías habían permitido por entonces una dilatación de la expresión femenina, permitiendo a sus intervenciones ganar en generalidad. La primera era la creciente incorporación de las mujeres en el mundo del trabajo, y la extensión del estatuto asalariado se refleja en la multiplicación de sus voces en ciertos sindicatos, como el textil, el telefónico o el de comercio. Esta dinámica de la lucha social se presentaba como “un despertar de la mujer obrera” en Vida Femenina, sobre todo por algunas de las representantes del ala izquierda partidaria.25 Los actos masivos que se realizan en conmemoración del 1° de mayo tendrán de aquí en más como oradoras a las principales dirigentes del espacio (Berrondo y Moreau principalmente), aunque el uso despuntaba de antes. La otra era la lucha antifascista, donde la visibilidad de las mujeres ganaba un lugar importante, como lo ponían de manifiesto su papel en la Guerra Civil española, y así se subrayaba en las páginas de la revista, cuya redacción era un centro para el envío de dinero y ropa.26 Ya no se trataba de una mera interpelación de género –la madre o la esposa, que se preocupa por la suerte de hijos y maridos en la guerra– sino la mujer como protagonista específica de la lucha en su materialidad de combatientes, ni siquiera de meras auxiliares, como enfermeras. Las fotos de mujeres en el frente, en armas, dan cuenta de ello. Se pasaba así de promover un “Comité pro-huérfanos” a formar un “Comité Argentino pro Paz”, que junto a otros grupos organizará una Conferencia popular por la paz de América en 1936, bajo la presidencia de Moreau.27 El pasaje de la preocupación particular por el hijo o el marido soldado, podía dar lugar a una reivindicación más amplia, a favor del pacifismo, contra la guerra, asociada a la fuerza, a la violencia, a lo viril.28

El “proletariado” o el “individuo” seguían siendo las categorías en-
globantes, universales más importantes en la interpelación socialista inclusive hacia las mujeres, pero lo femenino se reducía cada vez menos al mundo doméstico. Estos cambios cobrarán mayor peso cuando viejas reivindicaciones del feminismo político tengan realización en la segunda mitad de los 40.

Hacia otro protagonismo

Las consignas feministas del PS se seguían agrupando en torno a la reivindicación de derechos políticos. Moreau daba cuenta de esas coordenadas en una de sus obras más ambiciosas, La mujer en la democracia, aparecida en 1945. El principal reproche que le hacía a sus congéneres era, como antaño, la indiferencia política, que tenía raíces más profundas. En efecto, el azar era el amo que gobernaba sus existencias, sin hacerlas conscientes de su papel como seres sociales, conformándolas con las “pequeñas cosas”. Peor aún: “frívolas e inconscientes”, ellas “se encuentran desarmadas ante la injusticia” o “se doblegan ante el dolor”. Al mismo tiempo, Moreau se mostraba confiada sobre el sentido de su voluntad política, que se expresaría por medio del sufragio, ya que “serán elementos constructivos que obrarán en defensa de las necesidades fundamentales de su existencia que, por obra de la naturaleza misma, está ligada más que en el hombre, a la conservación y a la estabilidad de la vida de la especie”. Se encontraba también implícita, o no tanto, como una jerarquía de las mujeres, encabezada por las trabajadoras, las amas de casa, las madres de familia y las educadoras, y que definían su importancia social.29

Si había algo que hacía que ellas pudiesen soportar como género su dura y amarga condición, como lo había escrito ya antes la propia Moreau, era un “profundo instinto que hace amar la vida y nos permite aceptar y olvidar sus dolores”, a la par que recordar sus alegrías.30 Pero el socialismo “ofrece a la mujer una meta luminosa”. A su vez, a diferencia de otros partidos, el PS, por esas metas de transformación social, no podía prescindir para sus fines de la mujer “que es la madre, la primera educadora, la que forma los sentimientos fundamentales del hombre y contesta a las primeras preguntas que el espectáculo del mundo hace brotar de su inteligencia en formación”.31 En 1944 reproduce el verso de William Rose Wallace en una conclusión plena de sobreentendidos: “la mano que mece la cuna gobierna el mundo”.

El maternalismo era siempre movilizado, ahora para explicar el nuevo orden que estaba despuntando en 1945. Ese “año trágico” había visto a la mujer “golpeada, escarnecida, insultada por la hez de la sociedad” según el balance de Berrondo. Y se preguntaba si esa horda que había maculado a las jóvenes universitarias, no podía respetar a la mujer “porque recibió la pesada carga de una vida miserable en el seno de una hembra infeliz que quizá no pudo decirle nunca quién era el padre”. Con todo, se distanciaba del vientre materno como forja del futuro, al asegurar que “la mujer lleva en su cerebro el secreto para hacer menos bárbaros y sanguinarios a los hombres”. El maternalismo cobraba otra dimensión, más abstracta y feminista: “si toda la fuerza gastada en fomentar dulces sonrisas, rubores oportunos y modestias ejemplares –que nacen y mueren en los músculos faciales– se hubiese utilizado para darle a la mujer la noción clara y firme de su magnífica función de madre integral, madre de cuerpo y espíritu, el mundo no habría admirado tantas adorables caídas de ojo, pero tampoco tantos horrores y tantas vergüenzas”.32

Surgía así una diferenciación que cobraría luego mayor significación. Berrondo fustigaba a las mujeres que “soportan a los guapos”, porque “suelen cultivar el miedo; teniendo miedo siempre y admirando el valor masculino, hacen su negocio siempre”. Las otras, en cambio, al perder el miedo, podrán ser las maestras de esa escuela que es el socialismo. Esa separación se hacía más neta en otro texto publicado en el Anuario, cuyo título daba cuenta de un cambio que parecía inminente: la extensión del sufragio. Su autora advertía que debía rechazarse todo reconocimiento por decreto, antes de que el país retomase la normalidad. Ofrecía una distinción que cobraría cada vez mayor vigor, entre un “feminismo vocacional”, que desde 1906 luchaban “por puro idealismo y convicción” por igualdad de derechos, y que se encarnaba en Elvira Rawson de Dellepiane, y un “feminismo oportunista”, que aunque creyese en la legitimidad de los derechos políticos, buscaba un reconocimiento inmediato a través del coronel Perón. La mayoría de las mujeres “que poseen verdadera conciencia democrática aspiran a incorporarse a la vida ciudadana en condiciones de evitar toda posición falsa o ridícula”. El tránsito psicológico y espiritual complejo que ellas estaban viviendo no debía realizarse “sin perder de vista el interés general”.33

Si el PS venía afianzando la presencia femenina en la conducción partidaria, asistimos a un giro más importante, que tocaba a la sociedad argentina en su conjunto y que desembocaría en una dinamización del proceso de reconocimiento de la igualdad, con la extensión del sufragio pero también con la aparición de un liderazgo nacional, masivo, encarnado por Eva Duarte.

Un contexto transformado

En los meses finales de 1945, el signo más claro de ese cambio en el PS era la multiplicación, a veces hasta la superposición, de organizaciones específicamente femeniles para la acción política, tanto en el seno del partido como hacia el exterior. Así, en septiembre se crea a iniciativa del CEN la “Liga para la Educación Política”. Si la comisión directiva era previsiblemente encabezada por Moreau, la secundaban nuevas referentes, como Rosa C. de Reljenstein, Velia Schamesohm o Juana C. de Colombo. Ocupaban funciones directivas en sus comisiones Nelly V. Saglio (educación), D. Etcheverry (organización de la paz), L. Barrancos (seguridad social) o M. Berrondo (capacitación política), y otros nombres más puntuales, como Ethel Kurlat (derechos del trabajo), Cristina C.M. de Aparicio (alimentación y vivienda), Ana Rivas (propaganda) y hasta un varón como Andrés Ringuelet (nivel de vida). Aunque sus fines eran más amplios, será ante todo un arma de propaganda socialista, como lo mostrarán sus principales actividades, donde predominaban los oradores partidarios, mayoritariamente masculinos.34 La Liga mantendrá actividad pública más allá del proceso electoral que culmina con la victoria de Perón en febrero de 1946. Así, en agosto de ese año, su labor toma la forma de un ciclo de conferencias sobre “Pensamiento y acción de la mujer en la sociedad argentina”, que inaugura Palacios. También apadrina la publicación de una serie de ensayos sobre la cuestión de los derechos políticos de la mujer.

En paralelo, también en septiembre de 1945, el CEN había creado, una “Comisión de actividades femeninas”, con el objetivo de reorganizar el accionar de las afiliadas tras la interrupción del golpe de 1943, y que parece haber tenido fines electorales. Era integrada por tres figuras ya conocidas –Moreau, Barrancos, Berrondo–, a las que se sumaban dos dirigentes que tendrán de aquí en más un fuerte protagonismo: D. Etcheverry y Matilde Tolosa de Muñiz.35 Las socialistas estarán muy presentes en la campaña de la Unión Democrática a través, además, de la “Comisión coordinadora de asociaciones femeninas democráticas en apoyo a la Unión democrática”. Con su lema “Una mujer: un puntal, todas las mujeres: la patria de pie”, organizará actos dirigidos al público femenil, entre las que encontramos nuevas voceras socialistas, como Susana Larguía. La campaña electoral consolidaba la gravitación nacional de Moreau, oradora de los principales actos socialistas en representación de sus congéneres.

El tercer instrumento que emerge por entonces es la Unión de Mujeres Socialistas (UMS), fundada en noviembre de 1945 y cuya acción perdurará en el tiempo; será sin duda la expresión institucional más importante del cambio del lugar de la mujer en el Partido. Su objetivo era, según La Vanguardia, asumir la representación de las afiliadas socialistas en todo el país, sin abandonar sus respectivos centros. O, en palabras de Moreau, “coordinar la acción general en vistas de la obtención de los derechos políticos y para la capacitación de la mujer”. Se atendían dos hechos: la multiplicación próxima del cuerpo electoral por la anunciada extensión del sufragio, y el gran número de mujeres que había ingresado al socialismo. Tras su constitución, pasaría a ser, un año después, uno de los llamados “organismos de colaboración” del PS. Su actuación se tornará más importante con la llegada del peronismo al poder. Tras un conjunto de asambleas durante 1946, se concluía que no era conveniente organizar agrupaciones separadas y se invitaba a que las militantes participen directamente en sus centros, lo que se adecuaba más a su educación política, como lo resaltaba una circular. Pero se proponía realizar allí una serie de actividades (biblioteca infantil, teatro de títeres, apoyo escolar) y un centro de cultura política femenina que pudiese integrar a aquellas mujeres que no adherían al partido.36 El empoderamiento partidario se había generalizado, y en octubre de 1946 sale una “Vanguardia femenina” como suplemento del periódico, de corta duración (conocerá 15 ediciones hasta 1947).37

La promulgación del voto femenino en septiembre de 1947 tendrá consecuencias diversas, incluso en el discurso (Barrancos, 2011). El nuevo protagonismo interno podrá desplegarse en la acción de la UMS, alcanzando su pico entre 1947 y 1949. Berrondo era por entonces su secretaria general, contando con el dinamismo organizativo de Tolosa, que la sucederá en el cargo en 1949, tras haber sido la responsable de interior en la primera directiva. Berrondo vuelve a ocupar la secretaría general en 1951.

La UMS organizará una conferencia nacional en junio de 1947, abordando un conjunto de temas que iban desde las condiciones de trabajo de la mujer a la obtención del derecho al sufragio, pasando por cuestiones de educación de la infancia y la juventud (donde la penetración de la Iglesia católica era observada con preocupación). Entre las protagonistas de sus debates, encontramos, aparte de los nombres conocidos, a jóvenes militantes que se habían fogueado en la lucha contra el gobierno militar, como Mabel Itzcovich y Nuri Seras. Como era imaginable, la urgencia de la hora pasaba por cómo orientar el voto de la mujer. Para algunas voces experimentadas, no podía hacerse a través de grandes actos o de conferencias “más o menos calificadas”; se debía privilegiar, como aconsejaba Repetto, la conversación, los pequeños volantes, la correspondencia epistolar, y las reuniones y fiestas familiares. Un año después de la sanción de la ley, se organiza, por iniciativa de Tolosa, un ciclo de conferencias ante las elecciones de 1948, finalmente con sufragio masculino, bajo el título “Sepa la mujer votar”, con las intervenciones, entre otros expositores, de Berrondo y Repetto.

En agosto de 1949 se reunía una segunda Conferencia nacional, preparada por un conjunto de trabajos previos que tomaban la forma de un cuestionario sobre temas cuya sola enumeración da cuenta de una cierta evolución de las preocupaciones. Así, si la educación o la legislación sobre el trabajo de mujeres y niños eran siempre temas destacados, hallamos además la cuestión de la cooperación, la vida rural o la vivienda popular. Viejas demandas comienzan a tener nuevo protagonismo, como la adopción de una ley de divorcio absoluto, el más antiguo reclamo “feminista”, o la agremiación de las trabajadoras domésticas. La militancia debía estar sobre todo vinculada al mejoramiento de la vida familiar, del barrio o la ciudad, tomando la forma de una “prédica educativa”, que podía desenvolverse a través de clubes o sociedades de fomento. Un número creciente de delegadas del interior del país da cuenta del gran dinamismo ganado. Algunas de ellas se destacarán en los próximos años como dirigentes socialistas (N. Saglio, Armonía Díaz, Marta Viñole). Entre las autoridades, aparte de las consagradas referentes (Moreau, Berrondo, Etcheverry), encontramos otros nombres, como María Rosemblat y Judit López.

Estas organizaciones y acciones buscaban encarnar la nueva fase en la que entraba el feminismo socialista tras la obtención del sufragio. Su fuerza creciente, empero, sufrirá, a partir de 1950, las dificultades que vivía el PS en esos momentos (Herrera, 2016). Como se detallaba en el informe de la UMS al Congreso socialista de 1953, las renuncias se habían multiplicado, las restricciones totalitarias habían hecho mella en su entusiasmo y eficacia. En ese sentido, se había desistido de la realización de una tercera conferencia nacional, aunque se siguen dictando conferencias en la Casa del Pueblo. Tras la crisis del partido, el activismo se reduce. La UMS organizará la asistencia a los presos tras la gran represión que siguió a las huelgas ferroviarias de 1951, renovando ese tipo de comisiones dirigidas por mujeres que habían existido en el pasado. La agitación apuntará ahora a la carestía de vida, interpelando especialmente al ama de casa, o cuando se juzgaba que algún evento nacional las tocaba de cerca, como el proyecto de ampliación del régimen de la conscripción en 1954.38 Pero un nuevo perfil dirigencial se estaba consolidando con el giro del 45.

Señoras de nadie

El cambio había comenzado en los 30. Una de las mujeres surgidas de ese momento, Berrondo, que se afianzaba como la dirigente partidaria más importante detrás de Moreau, ya lo expresaba. Como vimos, había tenido un papel fundamental en la construcción de un feminismo socialista más integral desde la dirección de Vida Femenina. El perfil generalista, no especializado del liderazgo que venía encarnando Moreau desde la segunda mitad de los años 1930 se extendía a ella: oradora en grandes actos callejeros, Berrondo era miembro de la Comisión de finanzas en 1945, y ya antes de la Comisión de prensa, hasta integrar, a partir de 1951, el CEN junto a la viuda de Justo. En su caso, no hay rastros de una “fuente” masculina que facilite la autoridad. Pronto se sumará a ese grupo selecto Barrancos, aunque su impronta en las filas partidarias es menos fuerte.39 En esos mismos años vimos despuntar también los perfiles de Etcheverry y Marpons, a la que se agregará ahora Tolosa. Ya no se trataba de “mujeres de”: incluso cuando sus maridos tenían un capital político o cultural importante, no dependían de sus beneficios para existir.40

Con todo, esos liderazgos guardan las marcas de una transición. Era la entrada masiva de jóvenes en 1945 que terminará teniendo un correlato distinto en la vida partidaria, cada vez menos a título de excepción. No es casual que cuando el suplemento “Vanguardia femenina” lanza una encuesta sobre la ampliación del voto, sean cuatro jóvenes militantes que responden (Perla Caplansky, Irma Matturro, Estela Witis y María Frega).41 Estos cuadros se imponen no por una cualidad femenil que sobredetermina su actuación sino por una aptitud centrada en la militancia a secas, a lo sumo la juventud, marca indiferenciada. Ciertamente, a menudo provenían del ámbito estudiantil, pero ya no serán educadoras o dispensadoras de cuidados. Si el perfil intelectual se mantenía (como Saglio, militante desde los años 1940), vimos otras formas de presencia militante, como la recordada Tolosa de Muñiz o Elisa Rando, que se afirma no solo en el activismo juvenil sino también como conferencista y otras como Colombo o María E. de Costa (esposa de Haroldo Costa). Este nuevo protagonismo se replicaba asimismo en el llamado interior, donde vimos nombres como Viñole, luego candidata por Córdoba, o Marta E. Samatan y Gabriela de Vazeilles ambas de Santa Fe.

Detengámonos en Nuri Seras, cuya presencia se atesta en 1943, como oradora en la jornada femenina de la circunscripción 7ª de la Capital con apenas 18 años –nacida en 1925, se había afiliado ese año, al alcanzar la edad legal, pero ya estaba en contacto con la organización–. Su tema era el “patriotismo”, en el cual denunciaba toda cercanía con el catolicismo.42 Poco después Seras escribe el prefacio al folleto que recogía los discursos, pronunciados por personalidades masculinas, del acto que el PS había organizado a fines de 1945 en desagravio a la universidad. En sus palabras prima la categoría de “ciudadanos” en lucha por la libertad, pero el lugar de preminencia que ocupa, aunque más no sea al presentar a los oradores durante el acto, es otro índice de su papel: estudiante de derecho, se mostraba muy activa en el Centro de estudiantes, del que será secretaria, y en la FUBA, e integra la “Comisión de actividades juveniles universitarias” que había creado el CEN en septiembre de 1945. Con ella vemos además algunas formas de proto-sororidad que iban desarrollándose, bien que respondían a las costumbres de la época. Así, en noviembre de 1946, Seras parte de la gira por Córdoba, Tucumán y Santiago del Estero con Moreau, reuniendo dos generaciones bajo el auspicio de la UMS (otro tanto ocurre con Barrancos y Cora Saravia, esta vez por Santa Fe y Entre Ríos). Al año siguiente, Nuri será miembro informante de la comisión sobre “militarización” de la Primera Conferencia Nacional de Mujeres Socialistas. También será delegada al Congreso de la Asociación Laica Argentina en ese mismo 1947. Cercana al ala izquierda, colabora ahora con los grupos juveniles que organizan autodefensas armadas bajo el peronismo, pero su participación se hace menos activa posteriormente, hasta desaparecer de los registros a principios de 1950.43

El estricto cursus honorum partidario, la edad de las nuevas militantes, no permitirá fijar esas presencias en las elecciones nacionales de noviembre de 1951, pero las candidaturas femeniles en el PS se multiplican, sin llegar al protagonismo del PC, donde Alcira de la Peña integra la fórmula presidencial acompañando a Rodolfo Ghioldi. Por la diputación nacional en la Capital Federal, el PS proponía a las tres dirigentes más experimentadas: Barrancos por la 7ª circunscripción, Berrondo por la 20ª y entre ambas la más famosa de todas, Moreau, siempre “de Justo”, en la 16ª. Ninguna conseguirá el 2%. En la Provincia de Buenos Aires, D. Etcheverry será candidata a senadora provincial.

Si el avance partidario era firme, la concepción de género será puesta a prueba en torno a la figura de Eva Duarte. Más allá del campo de enfrentamiento que su rol ofrecía, la visión de la mujer que subyacía en los principales dirigentes del partido no lograba superar ciertos límites.

La feminidad puesta a prueba

Ya Nicolás Repetto había alertado que la adquisición de derechos civiles y políticos no debía “desfeminizar a la mujer”. En ese marco, la feminidad será paradójicamente revalorada. El esposo de Fenia la definía a partir de un conjunto de “características del sexo”, como “la sensibilidad delicada”, el “sentimiento maternal” y hasta la “gracia armoniosa”.44

La crítica a las formas concretas que tomaba la actuación de la mujer en el peronismo cobraría un sentido específico bajo ese prisma, y aparecerá condensado al morir Eva Perón. Con un tono equilibrado para el contexto de abierto enfrentamiento, Repetto subrayará desde las columnas de Nuevas Bases el carácter excepcional de su vida, ya que no se trataba de la colaboración puntual de una esposa con un hombre público; toda la obra social del presidente Perón estaba “tan impregnada del pensamiento y la acción personalísima” de ella que resultaba imposible separarlos. En particular Eva había sido “una fuerza de creación e impulso”, que se había tornado visible en el Ministerio de Trabajo, en la asistencia social y en la CGT, instituciones que, subrayaba el anciano dirigente, esta había promovido, haciéndose cargo, aun en detrimento de su salud y bienestar, de lo que Repetto presentaba como la “parte no tan vulnerable” de la obra del gobierno. En su óptica, lo que daba carácter propio a su accionar era el abandono de sí misma, “su decidida vocación por el esfuerzo y el peligro”, antes de agregar púdicamente “su fervor fanático”.

Lo “excepcional” parecía dado por el lugar político que había ocupado, máxime que tocaba al campo que generaba mayor simpatía por la obra peronista, el social. Pero Eva era también excepcional por la ausencia de feminidad en su persona, su carácter masculino. En la mirada clínica del doctor Repetto “la pasión partidista había destruido o debilitado en ella ese fondo de dulzura y generosidad ingénitos, que crea en el espíritu de la mujer una natural inclinación a la armonía, a la indulgencia, a la concordia entre los hombres”.45

Si A. Ghioldi no estaba dispuesto a tributarle reconocimiento alguno, tampoco se mostraba más abierto al rol de la mujer en la evaluación que hace de Eva Perón en ese momento, como surge con claridad de un folleto editado en Montevideo, donde se encuentra exilado. Aunque precisaba que no se ocuparía de “la realidad” sino del “mito”, que era la novedad propia del totalitarismo argentino, subrayaba de entrada que Eva no tuvo más mérito que enamorar al ambicioso coronel. En verdad, Ghioldi abandonará pronto su reflexión sobre los mecanismos de fabricación de un mito, que lo había llevado a compararla con Encarnación Ezcurra. Así, insiste en que, hasta 1943, “la señorita Duarte” no era nada y pronto abandonará incluso su labor empeñosa por ser alguien en el campo artístico. A diferencia de Repetto, esgrime que “no ha sido su energía y capacidad” que la llevaron a ocupar su posterior papel, sino que fue impuesta por su esposo, dando lugar a un régimen bi-sexuado o de consortería, como lo llama.46

El juicio sobre la persona es lapidario: “corta inteligencia, deficiente de cultura y sensibilidad femenina, ignorante de las relaciones morales y civiles de los hombres, sin autocrítica, sin carga de escrúpulos de conciencia, falta de gusto”, para concluir que “Eva Perón ingresa a la historia como una leyenda plantada”. Había sido preparada para una función, a la que a lo sumo “puso de sí su voluntariosa energía, su dominadora ambición, su gusto por manejar hombres”, contradiciendo su anterior parecer. El único elogio auténtico que se le escapaba era, sin embargo, significativo: “tenía sentido político y comprendía los problemas”. En efecto, según Ghioldi, se mostraba conocedora de la psicología de los hombres, y estaba dotada de un tosco estilo vital, pero el Estado prefirió cultivar sus aspectos desagradables. Aunque no era de impulsos nobles, el poder había hecho de ella una “mujer sin ternuras, fría, obstinada hasta la crueldad”.

Como Repetto y otros varones del socialismo, Ghioldi creía en las “condiciones femeninas de delicadeza, dulzura, tolerancia, comprensión y benevolencia humana”. Eva en cambio, era un robot, no había aporte personal para reconocerle, sobre todo cuando se pensaba que “millares de madres argentinas son modelos de laboriosidad sin fatigas, de energía sin maldad y de abnegación en la defensa y cuidado de su hogar”.47

Acrecentado por un contexto hostil, el PS no lograba deshacerse de los tópicos de la feminidad de la sociedad que buscaba transformar. El reconocimiento de la importancia de la igualdad de género se terminaba acotando a su valor legal, perdiendo su dimensión propia para el cambio social.

Pero el peso de las mujeres en la vida interna del partido se había transformado, y esta extensión daba cuenta de una mutación dirigencial, aunque costase ser reconocida a nivel discursivo. Producido el derrocamiento del general Perón, ese protagonismo que había podido quedar contenido por el contexto de la lucha “antitotalitaria” ganaba nuevas proporciones. Una vez más, se podría medir en la persona de Moreau, la única mujer en integrar la Junta Consultiva Nacional en 1955. Tras asumir la dirección de La Vanguardia un año después, se cuenta entre las principales referentes de una de las dos fracciones en que se divide el PS. Pero hay otros datos relevantes. En las elecciones de 1958, la lista de concejales de la Capital Federal era encabezada por Marpons, obteniendo 283.534 votos.48 En esas elecciones, otra lideresa ya recordada, J. López Faget, se convertía en diputada de la legislatura bonaerense por la quinta sección. Ambas terminan en la fracción “democrática” del PS.

* * *

Durante mucho tiempo, el peso interno –el poder si se prefiere–, de las dirigencias femeninas se ejercía, directa o simbólicamente, mediado por hombres. No estaba en duda el carácter brillante, excepcional de esas personalidades, cualidades que les permitía justamente trascender. Pero la estructura de dominación era tal que no podían alcanzar posiciones de influencia igual a la de un hombre sin ser facilitado por una figura masculina que le diera estatuto de “esposa de”, “amante de”, “hija de”, “hermana de”, “viuda de”. Esto había condicionado el campo de intervención de las mujeres en el seno de la agrupación, que era de tipo especializado, tanto en lo que hacía al proyecto socialista (la educación, la niñez) como al tipo de reivindicación promovida (las condiciones de trabajo, el sufragio, la vida barata, etc.).

1945 no solo verá el afianzamiento de los liderazgos femeninos en el primer plano de la vida partidaria que se habían construido en la década previa, la nueva camada cambiará las formas de hacer política de las mujeres. Para entonces, otra de las peculiaridades de la militancia femenil, al menos de aquellas que no se ubican en el viejo núcleo dirigente, también comienzan a disiparse. Era corriente que estas, tras descollar durante un período preciso e intenso, desapareciesen del primer plano, como si los condicionamientos materiales del género (la maternidad, la vida familiar) les impidiesen inscribir su militancia en el tiempo. Ahora, muchas de aquellas que se inician en la vida partidaria en torno a 1945 (Díaz, Rando, J. López, Noemi Klasse, Dora Deholain, Elena Gil) se convertirán después de 1955 en protagonistas de peso en las vicisitudes posteriores del socialismo. Ya no era (tan) necesario individualizarlas por el carácter excepcional de sus virtudes o sacrificios, que las hacía diferentes del común de sus congéneres por su consciencia y acción; sus características corresponden a la de todo militante, aunque su lugar siguiera siendo condicionado por la dominación masculina.

La tradición socialista, que priorizaba lo político-parlamentario como instancia de universalización, y la ley como su traducción, hizo que las agrupaciones partidarias femeniles, del Centro Socialista Femenino a la Unión de Mujeres Socialistas, guardasen, como en otros campos que apuntaba a una intervención específica, los límites de esa visión de lo político. En cambio, el debilitamiento de los vínculos familiares como fuente de legitimidad había favorecido la autonomía social de la mujer como cuadro partidario. Moreau traduce en su persona mejor que nadie ese pasaje: amén de su actuación previa y de sus enormes cualidades, la legitimidad partidaria a través de un hombre se había transformado en su caso en simbólica desde del fallecimiento de Justo, lo que le permitía pulsar con libertad todos los mecanismos para asentar su poder dirigente. Con la elaboración de un relato que se alejase de la visión maternalista, este perfil de dirigente femenino genérico podía consolidarse y expandirse, tanto más cuando la ansiada obtención de los derechos políticos daba a las mujeres un lugar cada vez más determinante en el juego electoral.

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1. Carecemos de espacio para un verdadero estado de la cuestión. Para una valiosa presentación de conjunto, con los límites de la historiografía partidaria, v. Ferro (1996). C. Muzilli es sin duda, detrás de Moreau (Henault, 1983; Cichero, 1994; Valobra, 2011), la figura que concentró mayor atención (Armagno Cosentino, 1984; Bellucci, 2024). Gabriela de Coni también fue objeto de interés temprano (Tejero Coni y Oliva, 2016). En los últimos años, se produjo el rescate de algunas militantes menos conocidas pero no menos destacadas, como D. Etcheverry (León, 2010) o R. Camaña (Martínez Mazzola y Parot Varela, en prensa). La mayor vacancia historiográfica toca a Fenia. Otros trabajos buscan lecturas de conjunto, ya sea con alcances generales, como Raiter (2004), Barrancos (2005) o Rey (2011), o más puntuales, como Barrancos (2011), Palermo (2018) o Poy (2020).

2. En la convocatoria se leía: “es necesario que la mujer despierte de la apatía en que se halla sumida y tome parte en la lucha por la reivindicación de los derechos que le corresponden”.

3. La Vanguardia, 31 de mayo de 1902.

4. Con la adopción de la ley 5.291 sobre la reglamentación del trabajo de mujeres y niños en 1907, Palacios pasaba por un activo defensor de las mujeres.

5. No era el caso de otras mujeres: en el recuerdo que ofrece Enrique Dickmann sobre Gabriela de Coni se dice que le gustaba seguir la moda parisina, tanto en el vestir como en la política.

6. En esos ensayos, el PS aparecía ampliamente como la fuerza más votada. En 1922, la boleta que encabeza J. Lanteri en la Capital cubre los puestos siguientes con la lista oficial del PS.

7. Del Valle Iberlucea era, con Palacios, el típico vocero socialista de las reivindicaciones de las mujeres en las primeras décadas del siglo, elaborando como senador el proyecto de ley de emancipación civil de la mujer. Ver Becerra (2009). En los años 1920 es Mario Bravo quien presenta los proyectos de derechos políticos.

8. En 1936, Moreau será elegida en 3° lugar de la nómina por el voto interno, lo que muestra ya un instalado prestigio partidario.

9. Era conocida entonces como escritora ocupada por el problema social (Queirolo, 2016).

10. Que casi todas ellas fueran esposas de dirigentes o de intelectuales destacados (Juan Antonio Solari, Gregorio Berman o Florencio Escardó, en cada caso) no desaparecía, pero pasaba a segundo plano ante el aporte propio.

11. Ver el folleto de E. Dickmann, Emancipación civil, política y social de la mujer (1935).

12. Esta trilogía quedará instalada y será repetida de aquí en más (por ej., D. Etcheverry, El voto y la mujer socialista, Buenos Aires, 1947).

13. A. Moreau, El socialismo y la mujer, Buenos Aires, 1933, p. 18.

14. Ibid., p. 31.

15. Figura clave en la década siguiente, Etcheverry (1898-1981) militaba en La Plata, donde se había recibido de profesora secundaria, antes de doctorarse en letras en 1946. Sus credenciales feministas eran antiguas, porque había participado en la Unión Feminista Nacional. En los años 1940 la encontramos cercana al grupo de Arnaldo Orfila Reynal, alejado del ghioldismo. En la división de 1958 quedará con el ala izquierda, y luego en el PSAV (León, 2010; Tortti, 2014; Sorá, 2019).

16. Vida Femenina, 15 de julio de 1938.

17. Vida Femenina, 15 de julio de 1937.

18. Vida Femenina, 15 de octubre de 1936.

19. Vida Femenina, 12 de enero de 1935.

20. N. Cuello, “Acción femenina”, Revista Socialista, 1933, n° 40.

21. La fuerza femenil en el mundo del trabajo era más identificable en el ala izquierda o en el PC.

22. A. Moreau, El socialismo y la mujer, op. cit., pp. 6 y 8-9.

23. Vida Femenina, 15 de septiembre de 1935, p. 4.

24. A. Moreau de Justo, El socialismo según la definición de Juan B. Justo, Buenos Aires, 1946.

25. Como R. Scheiner o P. de Ortelli. Vida Femenina, 15 de diciembre de 1935.

26. Vida Femenina, 15 de agosto de 1936. Todas las ilustraciones muestran mujeres con fusiles.

27. Vida Femenina, 15 de septiembre de 1936.

28. Es una coordenada que se refleja en otros lares en el mismo momento. Para Argentina: McGee Deutsch (2013), Valobra (2005).

29. A. Moreau, La mujer en la democracia, Buenos Aires, 1945.

30. Ibid., p. 6.

31. Ibid., p. 9.

32. M.L. Berrondo, “La mujer argentina en el año 1945”, Anuario Socialista 1946.

33. J.G. de Zalazar Pringles, “La mujer argentina ante el sufragio”, Anuario Socialista 1946.

34. A Moreau se suman en los cursos y conferencia hombres como C. Sánchez Viamonte o A. Ghioldi.

35. Una “Comisión especial de agrupaciones socialistas femeninas” la había antecedido en julio, donde encontramos, aparte de las nombradas, a Edith C. de Corona Martínez, Hortensia Maggi de Ricci, Haydée Lusich y A. Justo de Dickmann.

36. Informes y proposiciones, 35° Congreso Nacional del Partido Socialista, 1946. Si se compara con los informes de finales de los años 1930, los cursos de corte y confección o de dactilografía parecen abandonados.

37. Tras sendas prohibiciones, la UMS tendrá media página en Nuevas Bases hasta principios de 1951. Uno de los periódicos que mejor expresa la renovación socialista, El Iniciador, editado por la Comisión de cultura, contaba con colaboraciones permanentes de Etcheverry y Barrancos.

38. En un volante encabezado “A las mujeres”, la UMS no valoraba de modo alguno la igualdad que podría implicar que fueran convocados ambos sexos, sino la voluntad de entregar a las fuerzas armadas el control de la población civil, comparándolo con la Balilla del fascismo italiano. Las mujeres, decía el texto, se rehúsan “a ser militarizadas” y sobre todo a “entregar a (sus) hijos”. Si se ponía de relieve “el derecho de los civiles a seguir siendo civiles”, el reclamo se hacía más específico cuando se llamaba a las mujeres a luchar en defensa “de nuestros hogares, de la salud moral de nuestros hijos”.

39. Se había afiliado en 1934 y estuvo activa hasta su partida a Chile, en 1939, donde prosigue su militancia socialista. En el extranjero, pero con continua presencia en Buenos Aires, se instala definitivamente a inicios de los 50, aunque, ya enferma, morirá en 1954 (Bellucci, 1986).

40. Algunas de ellas estaban separadas, pero Ramón Muñiz será una figura clave del PS bajo el peronismo como nuevo secretario general.

41. Las preguntas eran “¿Por qué luchó el Partido Socialista desde su aparición en el escenario argentino para la elevación integral de la mujer?”, y “¿Qué contenido dará usted a su voto?” (Barrancos, 2011).

42. En los meses previos al golpe de junio, el PS está promoviendo, con actividades específicas, a los jóvenes y a la mujer.

43. Ese año rompe con su prometido, hace un viaje por Europa y conoce a quien será su marido. Tras la sorpresiva muerte de él, que coincide con el nacimiento de su hijo, vive en Barcelona entre 1953 y 1956, retomando la militancia a su regreso, pero sin la misma centralidad, en un partido que se está rompiendo. Instalada definitivamente en Cataluña, militará en los 70 en el izquierdista Partit Socialista d’Alliberament Nacional dels Països Catalans. Fallece en 2001 (Bacardí, 2009).

44. N. Repetto, Cómo orientar el voto de la mujer, Buenos Aires, 1948.

45. Nuevas Bases, 9 de agosto de 1952.

46. A. Ghioldi, El mito de Eva Duarte, Montevideo, 1952, p. 44.

47. Ibid., p. 48.

48. Electa junto a 5 varones, Marpons no ocupará los puestos de dirección del bloque, y ni siquiera repetirá en un lugar expectante su candidatura en las elecciones de 1960, ya como PSD, donde ocupará el 8° lugar.